Conocí a David Luna en Avilés, en julio del año pasado, y mientras tomábamos una cerveza con otros participantes del Celsius me enteré de que su novela Éxodo (o cómo salvar a la reina) había ganado el premio UPC de 2016.

A decir verdad, antes de conocerlo ya había leído buenas críticas de sus dos novelas previas (El ojo de Dios y Laberinto Tennen) y sabía que había ganado varios concursos de relatos, así que, cuando me comentó que Apache Libros estaba a punto de publicarla, decidí hacerme con ella en cuanto saliera.

Por cuestiones circunstanciales, terminé comprándola en la HispaCon de Madrid. Y dado que allí nos volvimos a ver, aproveché para asaltarlo en plena calle y llevarme un ejemplar firmado.

Semanas después (en este caso por pura casualidad), David me contactó el mismo día en que terminé de leerla, así que de nuevo aproveché para asaltarlo (esta vez en plena red) y contarle qué me había parecido.

… Lo que sigue es la versión extendida de aquel intercambio.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 1

 

Sobre la información previa

Como estaba pendiente de la novela, en las semanas anteriores y posteriores a su publicación leí y escuché varias entrevistas a su autor. Y de entre todo que dijo, su explicación del germen de la historia me resulta, tras leer el libro, especialmente reveladora.

«Se me ocurrió viendo un documental. Un documental de abejas africanas. (…) Al ver este documental me quedé enganchado porque lo contaban como si fuese una historia. Era un documental terrorífico, era raro…, y me di cuenta de que era la vida misma, también, en muchos aspectos.

Entonces, inmediatamente (como me pasa siempre que intuyo una nueva historia), (…) empecé a anotar, a desarrollar ideas. (…) Ese documental, para mí, estaba contando (…) temáticas fundamentales como (…) la deshumanización, que es el tema principal de la obra más allá de la aventura».

En efecto, en todas las entrevistas David hace referencia a la «deshumanización» como tema central de la novela. Sin embargo, también se asegura de recalcar otro elemento:

«En esta novela también se introducen bastantes elementos de acción. Es una novela, además, muy frenética. (…) Está contada a muchísima velocidad porque allí los colonos viven muy poco tiempo —viven entre diez y quince años (…)—, entonces el estilo tenía que ser coherente con esa velocidad vital».

 

Sobre las expectativas del lector

Cuando un lector espera encontrarse un cierto tipo de novela (en función de la información a la que ha tenido acceso) y luego descubre que va por otros rumbos, es lógico que se sienta defraudado.

Eso puede deberse (en parte) a la información dada en reseñas o entrevistas, pero, a mi entender, se debe esencialmente a nuestras propias expectativas. Quien más, quien menos, todos tenemos nuestros gustos literarios y «filtramos» las novelas queriendo que se adapten a ellos.

Por este motivo, es imprescindible que, antes de hablar sobre la deshumanización (y los modos en que David la aborda en su libro), defina con precisión qué tipo de novela es Éxodo (o cómo salvar a la reina).

Por lo general, en los libros que abordo en este blog el componente reflexivo es central y la acción es un modo de exponer (de exteriorizar) la temática analizada. Sin embargo, en el caso de la novela de David ocurre lo contrario: lo central es la acción y a través de ella (sumergiéndonos en ella) encontramos el componente reflexivo.

Lo cual no significa que la reflexión no esté presente (todos los temas que trataré en este artículo parten de lo expuesto en la novela); sino que la reflexión se sugiere, en lugar de explorarse.

Vale aclarar que esta forma de enfocar la ciencia ficción no es mejor ni peor que la otra, simplemente es distinta. Sin embargo, precisamente por eso, creo que es necesario ponerla en contexto señalando algunos referentes destacados.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 2

 

Tras la estela del pulp

Voy a empezar por admitir una incoherencia.

Toda mi vida he defendido que el género fantástico debe valorarse en igualdad de condiciones respecto al género realista y, sin embargo, durante años tuve muchos prejuicios respecto a la ciencia ficción pulp.

Como probablemente te haya ocurrido a ti, de niño devoré los «bolsilibros» de Bruguera al mismo tiempo que descubría a Ray Bradbury, y a Arthur C. Clarke, y a Isaac Asimov. Sin embargo, conforme más me adentraba en esos autores menos me interesaron «bolsilibros» hasta que, con doce o trece años, canjeé todos los que tenía por la edición de Ultramar de Dune.

Fue necesario que aprendiera a leer de nuevo para que dejara de asociar el pulp con aquellos «bolsilibros» de mi infancia.

 

La lección de Robert Sheckley

Cuando adquirí el nivel suficiente de inglés como para empezar a leer novelas, mi profesora me recomendó que entrara en Project Gutemberg y buscara alguna que me interesara.

Por entonces acababa de leer Trueque mental, de Robert Sheckley (en la colección «Mundos Imaginarios», de Plaza y Janés), y me había gustado tanto que busqué a Sheckley en la base de datos.

Así di con The Status Civilization, la primera novela que leí en inglés.

Y mientras la leía me ocurrió algo gracioso: Aunque desde el principio me resultó familiar, no fue casi hasta el final que comprendí que estaba leyendo El planeta de los condenados, una novela que había leído de niño y que había asociado por completo a los «bolsilibros» (por más que no la hubiera leído en aquella colección).

Lo interesante fue que, en esa segunda lectura, dispuse de la madurez suficiente para entender que tras la aventura frenética se escondía una crítica mordaz a las estructuras de poder capitalista.

Lo central en el libro era la acción, sin lugar a dudas, pero el trasfondo de la historia sugería una reflexión profunda, incluso subversiva. De ese modo (y sin dejar de divertirme), Robert Sheckley me enseñó la potencia expresiva de la buena literatura pulp.

No cabe duda de que su objetivo es atrapar al lector en la primera página y no soltarlo hasta la última; tenerlo corriendo de un lado para otro en una inmersión total. Sin embargo, debido a esa inmersión, le basta con sugerir su caudal reflexivo para que el lector lo asimile como parte de su realidad; de esa realidad en la que está inmerso y de la que no puede salir.

Eso es, precisamente, lo que David Luna consigue con Éxodo (o como salvar a la reina). En sus doscientas cincuenta páginas su acción es tan vertiginosa que apenas nos da tiempo de reflexionar sobre su trasfondo. Sin embargo, de un modo casi subliminal, nos plantea una potente reflexión sobre aquello que nos define como humanos.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 3

 

El punto de vista

La primera estrategia empleada por Luna para explorar los límites de lo humano radica en el enfoque.

Como vimos más arriba, el germen de la novela parte de un documental sobre abejas africanas… y lo cierto es que sería posible extrapolar todas las amenazas de la historia partiendo de aquellas a las que se enfrenta una colmena.

Sin embargo, la brillantez del autor radica en hacer que observemos esa realidad a través de sus ojos.

Desde el momento en que asumimos a esa colmena como «humana», nuestra mente se muestra dispuesta a aceptar sus anomalías como el resultado de un proceso de evolución adaptativa.

En ese sentido, el hecho de que seamos capaces de identificarnos con el protagonista (incluso cuando en la contraportada se nos advierte de que toda la colonia se está transformando en «algo… distinto») nos expone la idea más potente del libro.

Al margen de las estructuras sociales, al margen de los comportamientos colectivos e incluso de la evolución, en última instancia, es humano todo aquello que nosotros decidimos que sea humano… Lo cual, por cierto, presenta un corolario terrible: no es humano todo aquello que nosotros decidimos que no lo sea.

Y dado que dicha decisión es colectiva (es decir: que es la sociedad, y no el individuo, la que decide qué es «humano») toda decisión está basada en un relato.

Han sido relatos intersubjetivos los que nos han conducido a las grandes tragedias del siglo veinte, las que han justificado la esclavitud, y los genocidios, y las castas… Y en el extremo opuesto, es el relato en primera persona del capitán de la Guardia Real el que nos convence de que la sociedad de Cazzia es humana.

Claro que el narrador no es precisamente fiable, y en ese límite es donde se explora el proceso de deshumanización.

 

Adaptación evolutiva

De un tiempo a esta parte, la comunidad científica ha empezado a cuestionarse si, para hacer frente a la conquista del espacio, nos basta con profundizar en nuestros conocimientos de ingeniería.

Como plantea Lisa Nip en su conferencia «Cómo podrían evolucionar los humanos para sobrevivir en el espacio»:

«Como especie, hemos evolucionado de una forma única para la Tierra, en la Tierra, y con la Tierra, y (…) pocos de nosotros parecemos darnos cuenta de que la frágil constitución de nuestra especie está muy mal preparada para los largos viajes espaciales».

Lo que hace unos años era tabú, hoy empieza a plantearse: ¿podemos influir sobre nuestra evolución para adaptarnos a las condiciones extremas que exige la exploración interplanetaria?

Lisa Nip cree que sí:

«Con cada día que pasa, nos acercamos a la edad de la evolución volitiva, una edad en la que, como especie, podremos decidir por nosotros mismos nuestro propio destino genético. Mejorar el cuerpo humano con nuevas habilidades es más bien una cuestión de cómo y no de cuándo».

Sin embargo, ese planteo la conduce de inmediato a siguiente reflexión:

«El uso de la biología sintética para alterar la composición genética de cualquier organismo vivo, especialmente la nuestra, no está exenta de dilemas morales y éticos. ¿Alterarnos a nosotros mismos nos hace menos humanos?»

Según Nip, la humanidad no es más que «polvo de estrellas dotado de consciencia». Por lo tanto, lo que debemos preguntarnos no es si seremos más o menos humanos cuando evolucionemos, sino, «¿hacia dónde debería encaminarse el genio humano?»

Obviamente, esa no es (ni mucho menos) la opinión mayoritaria y, en ese sentido, Éxodo (o cómo salvar a la reina) plantea el tema de la deshumanización desde un abanico de perspectivas mucho más amplio.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 4

 

Arraigo cultural

Al protagonista de la novela le fascinan los «holos»: una especie de videos holográficos traídos desde la Tierra que contienen retazos de la cultura originaria.

Ese recurso le permite comparar su realidad con la nuestra, facilitando la comprensión del lector.

Sin embargo, la presencia de los «holos» no es meramente instrumental. Su empleo remite a otro aspecto de la condición humana: los vínculos con la cultura.

«El holo, ¡me encanta el holo! Es mi forma de permanecer en contacto con vosotros, en contacto con mis raíces, esas de las que paulatinamente nos vamos desgajando para alegría de muchos y tristeza de unos pocos, entre los cuales me incluyo».

Dado el contexto de la novela, este fragmento es especialmente significativo.

En el momento en que se desarrolla la historia, la colonia humana del planeta Zigurat tiene quinientos años, tiempo más que suficiente para que haya desarrollado (como bien describe el libro) su propia cultura.

¿Es esa cultura menos humana que la de la Tierra por haberse originado en otra parte? O dicho de otra forma: cuando nos hayamos extendido por el cosmos, ¿seguirá siendo la cultura terrestre la que nos haga «humanos»?

Dado que cada generación de Zigurat vive entre diez y quince años, a escala terrestre su civilización se ha separado de la nuestra hace milenios.

¿Cuáles son entonces esas «raíces» a las que el protagonista busca aferrarse?

Esta pregunta no es baladí. Su mera exposición, por parte de David Luna, sugiere que no somos solo «polvo de estrellas dotado de consciencia» (como planteaba Lisa Nip), sino que existe una «esencia originaria» a la que es preciso aferrarse.

Como es lógico, no pretendo entrar aquí en semejante debate, pero creo que vale la pena dejar planteada la pregunta.

 

El relato intersubjetivo

En Homo Deus: Breve historia del mañana (un libro al que próximamente le dedicaré un artículo), Yuval Noah Harari plantea que:

«Toda la cooperación humana a gran escala se basa, en último término, en nuestra creencia en órdenes imaginados. Se trata de conjuntos de normas que, a pesar de existir únicamente en nuestra imaginación, creemos que son tan reales e inviolables como la gravedad».

Si bien David Luna describe una sociedad repleta de detalles (algo admirable, teniendo en cuenta la extensión de la novela), mi intención aquí no es hablarte de ella (no quisiera estropearte sus sorpresas), sino de la relación del protagonista con esos «órdenes imaginados».

Y me interesa porque, en ese sentido, su propuesta es realmente original.

A diferencia de lo que solemos ver en personajes humanos, su vínculo social con la colonia se estructura en dos niveles:

Por una parte, algunas de sus expresiones y actitudes expresan un condicionamiento innato. Un condicionamiento que poco tiene que ver con «órdenes imaginados» y mucho con imperativos biológicos definidos por la evolución.

Sin embargo, a la par (o quizá un escalón por debajo) de los imperativos biológicos, existe un «orden imaginado» que el protagonista desdeña.

Para él es ese orden (y no los imperativos biológicos) lo que lo separa de sus «raíces» terrestres. Dicho de otra forma: aunque el elemento extraño (diferenciador) que percibimos los lectores está asociado a la biología de la colonia y las condiciones del planeta, el elemento extraño para el protagonista (lo que lo diferencia, según él, de la humanidad) es la estructura social en la que habita.

Y para agregar un punto de complejidad a esta idea, su relación con ese «orden imaginado» no se mantiene estable a lo largo de la obra. Su relación con el «Dios» de la comunidad fluctúa en función del alejamiento que experimente de sus «orígenes» terrestres.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 5

 

Humanidad e instrumentalización

Lo cual nos lleva a la principal paradoja del libro. Aquella en la que la temática de la deshumanización se ve mejor reflejada.

Su deseo de mantenerse fiel a las «raíces» de su humanidad hace que, en ciertas circunstancias, el protagonista vea a sus pares como a extraños. Eso no implica que deje de cumplir su rol (un rol que está más asociado a un imperativo biológico que a un constructo social), pero sí que los instrumentalice para alcanzar su fin.

De ese modo, sus momentos de mayor deshumanización son aquellos en los que más ajeno se siente a su propia comunidad. Momentos en los que su empatía se desvanece porque (como decía al principio) decide que sus pares no son humanos.

Podría argumentarse que esas acciones son una traslación directa del comportamiento de las abejas, sin embargo, dado que, como vimos, el punto de vista es esencial para dotar de humanidad (o deshumanizar) al personaje, su relato de los hechos (su justificación) es lo que determina, en última intancia, la humanidad de sus acciones.

Y el protagonista en ningún momento se justifica; asume sus acciones como «algo que hay que hacer»…, lo que nos lleva a cuestionarnos si ha sucumbido a un imperativo biológico o se ha limitado a instrumentalizar a unos seres que no percibe como humanos.

Visto desde esa perspectiva, el final de la novela adquiere una ambigüedad inquietante.

¿Dónde se ubica el límite de lo humano? ¿Es correcto definirlo con parámetros terrestres en realidades ajenas? ¿Son las emociones las que nos hacen humanos? ¿O es la pulsión de supervivencia? ¿Podemos asumirnos como «individuos conscientes»? ¿O es un concepto extraído del «orden imaginado» en el que, como sociedad, hemos elegido vivir?

 

El final de la aventura

Al comienzo de algunos de mis artículos he sugerido que quizás sea preferible leer la novela antes de abordarlos. Básicamente, porque son libros centrados en la reflexión que admiten múltiples lecturas y, por lo tanto, un punto de vista específico podría sesgar la experiencia lectora.

Sin embargo, en el caso de Éxodo (o cómo salvar a la reina) me atrevería a sugerir lo contrario. No porque carezca de múltiples lecturas (que, como hemos visto, sí que las tiene), sino porque su acción es tan desbordante que, cuando entres en ella, es probable que pasen por alto muchas de las cosas de las que hablamos aquí.

De la historia en sí misma —de las aventuras que vas a encontrar— no te he contado nada. Solo te he hablado del trasfondo, de los elementos que sugiere la trama.

Porque David Luna (como Robert Sheckley y otros grandes cultores del pulp) sabe que su principal objetivo es atrapar al lector en la primera página y no soltarlo hasta la última (y divertirlo con sus aventuras durante todo el trayecto).

Pero una vez terminado el viaje, entre resuellos por la carrera de nueve días que acabas de vivir, vale la pena que te detengas a contemplar su mundo y descubras que es bastante más complejo de lo que la velocidad te ha permitido ver.

 

Éxodo (o cómo salvar a la reina) 6

 

 

NOTA: La imagen de portada es un detalle de la obra Mars Ruins, del artista y diseñador gráfico Alex Chin Yu Chu.

 

 

 

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