La semana pasada tuve la fortuna de vivir una experiencia muy poco habitual. De esas que sabes —incluso mientras las vives— que recordarás de por vida. La semana pasada participé —como espectador— en mi primer Celsius. (No es necesario que aclare por qué digo «primer»).
Hacía años que quería ir, por lo que mis expectativas eran muy altas; sin embargo, el festival me dio mucho más de lo que esperaba. Conferencias apasionantes, la posibilidad de conocer —en persona— a gente que admiro, unos cuantos libros que agregar a mis lecturas y, sobre todo, la feliz sensación de haber encontrado a mi «tribu».
Y por si eso fuera poco, en la última conferencia en la que estuve, el Celsius me regaló este artículo.
Encuentro con China Mi… perdón, con Guillem López
Mi vuelo salía a las nueve, así que a las seis y media —como muy tarde— tenía que regresar al hotel. Y casualmente, la conferencia en la que Guillem López presentaba Arañas de Marte (Valdemar, 2017) terminaba a las seis y veinte.
Lo cierto es que la había leído la semana anterior, pero aún no estaba seguro de si iba a escribir sobre ella.
Me explico: la novela me había generado una extrañeza desconcertante, perturbadora. Reconocí la calidad de su prosa, la originalidad de sus imágenes, el esmero con que huía de los lugares comunes. Pero sus mecanismos internos se me escapaban.
Obviamente, no es necesario entenderlos para disfrutar de la novela… (De hecho —aunque juegue en contra de esta entrada—, considero que es preferible no conocerlos antes de haberla leído). Lo que ocurre es que este artículo solo tenía sentido si lograba detectarlos; así que ahí estaba, sentado en primera fila, contemplando a un escritor bastante alto, de cabeza rapada y tatuajes en los brazos, que hablaba con apasionada claridad de su búsqueda del caos.
Y quizás porque quien lo presentaba era uno de los mejores traductores simultáneos que he escuchado en mi vida, por un instante pensé que estaba contemplando a China Miéville… Algo que —estoy seguro— Guillem López consideraría un elogio, dado que comparte con el inglés la calidad de la prosa y el empeño en forzar los límites del fantástico.
Pero a lo que iba: en mitad de la charla, Guillem dijo algo que despertó mi curiosidad. Dijo que le hubiera gustado que su novela fuera una especie de pop-up, un libro desplegable que, al abrirse, mostrara a la vez todas sus historias.
Y dado que ya conocía los vínculos que las hilvanaban, esa imagen del papel desplegado, conectando fragmentos inconexos, me recordó la de un «Cadáver exquisito». Una asociación libre, lo sé (y por tanto muy acorde con Arañas de Marte), que me dio una buena clave para analizarla.

¡Qué surrealista!
Por algún motivo que no podría explicar, de todos los conceptos desarrollados por las vanguardias, el único que ha permanecido en el imaginario colectivo es el surrealismo. Uno no dice, ¡qué cubista!, o, ¡qué suprematista!, pero sí que solemos referirnos a ciertas experiencias vitales como «surrealistas».
Gracias a eso, todos tenemos una idea —más o menos vaga— de lo que supone… que por lo general nos oculta las sutilezas del movimiento.
Empecemos con un poco de historia. El término «surrealista» fue acuñado por Guillaume Apollinaire —un poeta francés— en 1917. Lo empleó para describir dos de sus obras: Las tetas de Tiresias (te prometo que se llamaba así) y Parade.
Sin embargo, no fue hasta 1924 que André Breton (un joven poeta que había sido «discípulo» de Apollinaire antes de su muerte, en 1918) decidió recuperar el concepto a la hora de ponerle nombre a una nueva vanguardia. Breton había sido dadaísta (un ferviente dadaísta, a decir verdad), pero como se había desencantado del movimiento decidió hacerse uno a su medida. (No me mires raro que en Internet pasa lo mismo).
En el excelente (y muy divertido) ensayo ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos (Taurus, 2013), Will Gompertz explica sus motivos con un poco más de esmero:
«El ambicioso poeta intentaba encontrar una nueva forma de expresión artística que le permitiese incorporar algunos de los conceptos psicoanalíticos de Sigmund Freud a la mentalidad Dadá. Breton estaba especialmente interesado en la investigación de Freud sobre el papel que desempeñaba el inconsciente en el comportamiento humano, tal como se revelaba a través de los sueños y la escritura “automática” (monólogo interior / espontánea).
(…) El Breton de izquierdas quería poner a la civilización de rodillas y provocar una crisis en las cabezas de la burguesía. Su nueva idea era acceder a sus inconscientes para sacar a relucir secretos indecorosos suprimidos en nombre de la decencia. Una vez aflorados, el plan era colocar la realidad “racional” junto a esta versión de la “realidad” mucho más desagradable (y más verdadera, según Breton) en una unión mal avenida diseñada para generar desasosiego».
Sistematizando la confusión / confundiendo al sistema
Voy a probar mis facultades telepáticas.
Piensa en dos pintores surrealistas.
Ya me puse el casco de papel de aluminio.
Estoy calibrando las ondas…
¡Has dicho Dalí y Miró! ¡A que sí!
En realidad, lo mío no tiene ningún mérito: forma parte del conocimiento general; como si te pidiera que me nombraras un pintor cubista…
Pero lo cierto es que los nombres que has elegido son muy adecuados para ejemplificar las dos vertientes del surrealismo.
Empecemos por Dalí, aunque más no sea porque sus cuadros son los primeros que nos vienen a la cabeza. Su objetivo, al pintar «paisajes oníricos» con extremo realismo y lujo de detalles, era —en sus propias palabras—: «sistematizar la confusión y así ayudar a desacreditar completamente el mundo de la realidad». Dicho de otra forma: crear un discurso que comprenda (en su doble acepción de abarcar y entender) lo onírico, para luego contraponer esa lógica a la del realismo.
En el extremo opuesto del surrealismo se halla la obra de Miró (y la idea inicial de Breton, si vamos al caso). Miró no pretendía «sistematizar la confusión», sino dejar que su inconsciente se expresara con libertad, pretendía confundir los sistemas del pensamiento racional para pensar de un modo distinto… o quizás no pensar en nada.
Volviendo al libro de Gompertz, este explica que:
«Breton describía el surrealismo como “automatismo psíquico en estado puro”, con lo que se refería a escribir o pintar algo espontáneamente, libre de cualquier asociación consciente, idea preconcebida o intención concreta. La idea era coger papel y pluma y escribir o dibujar lo primero que viniese a la mente, sin reflexión previa. Idealmente, esto comenzaría en un estado similar al trance en el que la mente consciente estaba del todo desconectada, lo que permitiría acceder al inconsciente profundo, que entonces revelaría las oscuras y peligrosas verdades de un cerebro inundado de ideas de perversión sexual e intenciones asesinas».
Para lograrlo, Breton inventó un curioso juego.

Cadáveres exquisitos
Las reglas son sencillas: te sientas en círculo con un grupo de amigos, tomas un papel, escribes una frase (cualquiera, la primera que se te ocurra) y doblas la hoja lo suficiente para que quede oculto lo que acabas de escribir. Luego le pasas la hoja a la persona que está a tu lado, la cual repetirá la operación y se la pasará a la siguiente. Así hasta llegar al final de la hoja. Entonces desdoblas el papel y lees lo escrito desde el principio, como si todas las frases tuvieran coherencia.
Es probable que tú también lo hayas jugado en tu adolescencia. Los textos (repletos de referencias sexuales y nombres de compañeros de clase) nos hacían soltar alguna risa incómoda, sin saber lo cerca que estábamos de su intención original. Porque esas frases inconexas, conectadas por el mero hecho de compartir la página, generaban cientos de asociaciones espontáneas, el tipo de automatismos que Breton buscaba provocar cuando lo creó.
El nombre del juego surrealista es «Cadáver exquisito» (al parecer porque, una de las primeras veces que se jugó, la primera línea del texto fue: «El cadáver exquisito beberá vino nuevo»), y Arañas de Marte, la novela de Guillem López, puede entenderse como una versión corregida y ampliada de dicho juego.
Break/fix-up
La ciencia ficción está repleta de fix-up: novelas compuestas por un conjunto de cuentos que pueden leerse de forma independiente (incluso haber sido publicados con anterioridad), pero que comparten personajes, o una línea temporal, o una temática común.
Este recurso permite abarcar grandes períodos temporales (o escenarios muy vastos) sin tener que alejar el foco. El truco consiste en contar una historia concreta de unos personajes concretos en un momento histórico, o en un sitio determinado, y luego saltar a otra historia concreta en otro tiempo y otro lugar.
Los fix-up también resultan muy útiles para contar la misma historia desde distintos puntos de vista. Al permitir relatar los hechos desde la perspectiva de los distintos personajes, nos enseña cuán subjetiva puede ser la «realidad».
El único elemento imprescindible en cualquier fix-up es la coherencia interna. Si lo que estamos mostrando son distintas sociedades en un tapiz espacio-temporal, debemos tener muy clara la historia de dicho universo. Si lo que mostramos son distintos puntos de vista sobre los mismos hechos, debemos conocer muy bien la sociedad donde los personajes habitan.
Pero Gullem López da una vuelta de tuerca. En Arañas de Marte emplea la técnica del fix-up —cada capítulo puede leerse de forma independiente como un relato de literatura Bizarra—, pero al construir la novela quiebra su lógica interna. Los personajes hacen una cosa en un capítulo y la opuesta en el siguiente. Coexisten dos o tres realidades alternativas, que en la mayoría de los casos se autodestruyen, como la materia y la antimateria al entrar en contacto.
De este modo, crea una especie de break/fix-up, una estructura cuidadosamente descoyuntada que amplifica el elemento Bizarro presente en los cuentos.
El resultado, retornando a Breton, «logra colocar la realidad “racional” junto a esta versión de la “realidad” mucho más desagradable (y verdadera) en una unión mal avenida diseñada para generar desasosiego».

La última certeza de Einstein
¿Y cuál es esa «otra» versión de la realidad?
Cuando falleció Michele Besso, en 1955, Albert Einstein —que moriría pocos meses después— le escribió una carta a la hermana y al hijo de su amigo en la que decía lo siguiente.
«Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea.»
Al hablar de La llegada (Arrival, Denis Villeneuve, 2016), me preguntaba hasta qué punto la linealidad con la que percibimos el tiempo es inherente al mismo, o es tan solo una construcción de nuestra mente, un límite fisiológico de la percepción.
Y aunque ese, ya de por sí, es un tema apasionante, Arañas de Marte va un paso más allá.
En la presentación de la novela, Guillem López remarcó la importancia de las citas que encabezan cada capítulos. En especial la del último que —según dijo— expone el enfoque de toda la novela.
La cita a la que se refería es un extracto de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, que dice lo siguiente:
«Todo es verdad. Todo lo que las personas han pensado alguna vez».
Así que, en el universo de Arañas de Marte, no solo la distinción entre pasado, presente y futuro es ilusoria, sino que también lo es la distinción entre realidad y pensamiento.
Monólogo exterior
Teniendo en cuenta esto, se comprende una decisión formal que, en principio, resulta extraña: ¿por qué eligió la tercera persona para analizar los mecanismos inconscientes de la mente de su personaje? (Y digo «personaje» porque, sin duda, el eje vertebrador de toda la historia es Hanne; el resto de personajes solo «existen» en función de ella).
La respuesta, analizada desde esa perspectiva, parece clara: porque si pasado, presente, futuro, realidad y pensamiento coexisten en un mismo plano —es decir, en igualdad de condiciones—, relatarlas en primera persona priorizaría unas posibilidades respecto a otras.
Todos (quien más, quien menos) hemos pensado posibilidades de futuro en las que no participamos…, incluso en las que no existimos. Imaginamos la vida de los otros sin nosotros. Y en el universo de la novela esa realidad también es interior, también surge del personaje.
Ese es el motivo por el cual recurre al monólogo exterior: a un narrador omnisciente, pero que solo habita el universo de Hanne.

Estados alterados
Circunstancialmente, el primer capítulo de la novela se sitúa en el primer aniversario de la muerte de su hijo. Es un hecho circunstancial porque si todo el libro es un continuo presente, esa puerta de entrada al cerebro de Hanne es tan válida como cualquier otra.
Sin embargo, uno de los pocos elementos comunes a las múltiples realidades descritas en Arañas de Marte (a las múltiples realidades de su protagonista) es la inestabilidad psicológica.
Para rizar el rizo, Guillem López decidió explorar la mente de una enferma psiquiátrica. Y dado que las realidades son múltiples, esa enfermedad adquiere forma de duelo, o de depresión, o de paranoia, o incluso de demencia senil, por medio de un personaje que al mismo tiempo es y no es Hanne.
Ese estado alterado de consciencia es la atmósfera común que (a falta de una lógica común) unifica su particular fix-up.
Cadáver exquisito 2.0
Y hablando de lógica, era lógico: cualquier intento de aproximación a una novela como esta tenía que terminar resultando caótico. Una suma de intuiciones apenas conectadas. Otro cadáver exquisito.
Era lógico porque la potencia narrativa de esta novela trasciende sus páginas. Su esfuerzo por trasmitirnos una experiencia sin tamizar consigue (quizás sin proponérselo) sumergirnos en un «valle inquietante». Ya sabes, esa teoría que plantea que nuestra respuesta emocional ante una réplica de la realidad se va haciendo cada vez más positiva y empática hasta que cruza cierto límite —un límite que el género realista no suele franquear— y que a partir de allí pasa a ser de repugnancia.
Y era lógico porque, hurgando en los procesos mentales de una mente alterada, Arañas de Marte nos permite vislumbrar un resquicio de nuestro propio inconsciente, un pozo profundo que nos invita a entrar, un agujero negro que lo devora todo, incluso esta entrada.
NOTA: Los «cadáveres exquisitos» firmados por Jake Lockett forman parte de un proyecto colaborativo en el que también participaron, Dave Hughes, Maddie Macdonald, Scott Mitchell y Ollie Taylor. Para más información te recomiendo visitar su página. Vale la pena.
Espectacular post! Muchas gracias! Una tontería que quiero decir: jugué a Cadáveres exquisitos toda mi adolescencia, y más tarde los usé para enseñar inglés, pero no sabía el nombre del juego! :) Abrazo fuerte.