El lunes pasado, 17 de octubre, fue el «Día de las escritoras», una de esas conmemoraciones que, con su sola presencia, exponen la desigualdad. ¿Qué otro motivo puede haber para que sea necesario que denunciar la discriminación por razones de género? Sin embargo, lejos de entrar en reivindicaciones, debo admitir que de un modo pasivo (como la mayoría de nosotros) formo parte del problema.
En cuanto me enteré de la fecha, decidí escribir en Facebook una entrada al respecto. La publicación comenzaba así:
«Acabo de enterarme de que hoy es el día de las escritoras.
Y como en los últimos meses he leído tres excelentes novelas cortas escritas por tres autoras españolas (me refiero a «Domori», de Sofía Rhei; «CloroFilia» de Cristina Jurado y «36» de Nieves Delgado) y todavía no he escrito sobre ninguna de ellas (lo cual habla muy mal de mí), he decidido buscar una reseña interesante que compartir».
La reseña que escogí me gustó mucho y mi opinión respecto a las tres novelas es la que di en la publicación. Sin embargo, precisamente por eso (porque mi opinión es que las tres son excelentes) el hecho de no haber escrito este artículo hasta ahora realmente hablaba muy mal de mí.
No por autoexigencias de paridad (aunque mis números no estén muy equilibrados), sino por un simple baremo de calidad literaria: si las considero excelentes, ¿por qué no he escrito hasta ahora sobre alguna de las tres?

A modo de alegación
Si sigues este blog habrás notado que, a la hora de escribir un artículo, lo que más me cuesta es encontrar el enfoque. Y lo cierto es que tras leer estas tres novelas (y unas cuantas reseñas de cada una de ellas) no se me ocurría ningún enfoque original desde el cual abordarlas. (Ninguno, al menos, en el que no fuera necesario destripar la trama: un problema bastante habitual al analizar novelas cortas).
La respuesta, como de costumbre, me la dio la serendipia. En estos momentos estoy leyendo Invasiones, de Ismael Martínez Biurrún, un libro conformado por tres novelas cortas (tres, ese número mágico) amalgamadas en torno a un tema común (las «invasiones» del título).
Y dado que he leído CloroFilia, Domori y 36 de forma (casi) consecutiva (y que son el número 4, 5 y 6 de la misma colección), me he preguntado si no podrían conformar (aunque hayan sido escritas por autoras distintas y en estilos muy diferentes) una suerte de «trilogía involuntaria».
O, dicho de otra forma, si podría encontrarse algún tema común en novelas tan dispares.
Y mi opinión es que sí, que las tres exponen…
El cuerpo como campo de batalla
Claro que esta afirmación hay que matizarla.
Para empezar, cualquiera de las tres novelas trascienden el tema común. De hecho, en cualquiera de las tres, el tema central es otro. Sin embargo, la presencia de lo «corporal» es inherente a todas ellas, tanto para el desarrollo de sus tramas como para la evolución de sus personajes. Dicho de otra forma: «el cuerpo como campo de batalla» es el medio empleado por las autoras para explorar su temática.
Y los vínculos entre las tres obras no quedan ahí. Incluso teniendo estilos muy distintos (visceral, en el caso de Jurado; expositivo, en el de Rhei y analítico, en el de Delgado) las tres los emplean de un modo semejante: convirtiendo el cuerpo violentado del protagonista (ya sea por manipulación, colonización o imposición) en un vehículo para exponer los dilemas que quieren abordar.
Y lo interesante es que, dado que sus estilos son distintos, el enfoque que le dan a esa violencia ejercida y su reacción también lo es…, lo que refuerza la apariencia de trilogía involuntaria.
Pero analicemos las tres novelas como se merecen; es decir, una por una.
Aclaración previa
Como es lógico, analizar las tres novelas en profundidad requiere espacio. Y dado que me he dejado llevar, una vez terminado este artículo, me he encontrado con que ronda las cuatro mil palabras.
Así que, para que puedas disfrutarlo con calma, he decidido separarlo en dos partes.
En la entrega de hoy irá esta introducción y el análisis de CloroFilia, y en la del viernes que viene el análisis de Domori y de 36.
Hecha esta aclaración, sigamos adelante.

Cosificación y trascendencia
Es probable que CloroFilia, de Cristina Jurado (Cerbero, Colección Wyser nº4, 2017), sea la más difícil de clasificar de las tres.
En una excelente reseña/entrevista de Arkaitz Arteaga para su blog Origen Cuántico, Jurado explica que:
«No es fácil clasificar esta historia porque contiene elementos de ciencia ficción, terror y new weird con un efecto fantástico al final».
Sin embargo, esa mezcla de géneros es coherente con el relato: el injerto de géneros sobre una base de ciencia ficción postapocalíptica reverbera en la historia que cuenta porque, en última instancia, de eso va la novela: de injertos e injerencias, de la transformación del ser humano en objeto; en un medio para la consecución de un fin.
Experimento
Lo primero que hay que destacar de CloroFilia es una decisión formal. Salvo por el primer capítulo (del que luego hablaré), Jurado reduce la acción de la novela a un escenario casi teatral (la sala de recuperación de un hospital/laboratorio) y a dos protagonistas (con un tercero que actúa de catalizador).
Partiendo de esos elementos, construye un ejercicio casi experimental: recrear una comunidad de sobrevivientes y su evolución a lo largo de los años sin mover a sus personajes del sitio y reduciendo sus diálogos al mínimo…
Lo cual, una vez más, es plenamente coherente con aquello que se está contando. Al fin y al cabo, el vínculo entre los protagonistas se deriva de que uno (Kirmen) es el experimento del otro (el Doctor).
Y fíjate que digo «el experimento», no «el paciente»: en esa sutileza radica la cosificación de la que hablaba; es eso lo que convierte a un ser humano en objeto… al margen de la «nobleza» de los fines del experimento.
Perspectivas
De hecho, una de las primeras cosas que CloroFilia pone en duda es hasta qué punto esos fines son válidos… o, mejor dicho, ¿para quiénes son válidos esos fines?
El mundo ha sufrido una catástrofe climática que hace imposible habitar su superficie y el objetivo del experimento del Doctor es revertir dicha circunstancia. Sin embargo, quien debe someterse al experimento no necesariamente está interesado en hacerlo.
«”Infierno” era “afuera” para los nacidos antes del cierre de las cúpulas, aquellos que entraron en el Claustro con edad suficiente como para recordar un mundo distinto con el que compararlo. (…) Porque él, como los demás nacidos bajo las cúpulas, solo tenía el Claustro».
De forma que lo que para unos es un objetivo, para otros puede ser una locura. El problema surge cuando (como bien dice la cita de Tim Burton que antecede a la novela):
«La locura de una persona es la realidad de otra».

El cuerpo como escenario
Obviamente, no voy a explicar aquí en qué consiste el experimento, pero sí me parece importante recalcar un par de cosas.
La primera es que los temas de los que hablaré en los siguientes apartados tienen una correspondencia «corporal» en la novela.
Y la segunda es que Jurado nos presenta esa corporalidad desde una perspectiva interesante: Kirmen es capaz de entender el modo en que el Doctor ve su cuerpo (objetivo y aséptico), pero no puede más que experimentarlo desde su propia experiencia (sensorial y sufriente). Por supuesto, que lo entienda no significa que lo acepte, sino más bien lo opuesto; lo que otorga verosimilitud a la relación entre víctima y victimario:
«El Doctor era dolor: extracciones de sangre y piel, inoculaciones, medicación que le producía diarrea, vómitos o que lo dejaba postrado días enteros. Lo aborrecía con todas sus fuerzas, pero lo temía aún más, de la misma forma en que había aprendido a temer los vendavales exteriores».
La deshumanización del torturador
Llamar a un personaje el Doctor, describirlo como un ser soez, despiadado, podría haberlo convertido en una caricatura: el sádico torturador de una novela pulp. Sin embargo, en una novela de ciento cuarenta y dos páginas dividida en seis capítulos, Jurado decide dedicar el primero a ponernos en la piel del Doctor o, mejor dicho, a ponernos en la piel del hombre que terminará convirtiéndose en el Doctor.
Si bien en ese primer capítulo otros personajes lo llaman Doctor (o Doc), Jurado nunca lo nombra de ese modo. Por el contrario, lo describe como «el tipo al que todos llamaban en busca de un remedio, una solución, un retazo de esperanza», y presentándonoslo de ese modo nos obliga a empatizar con él; a entender (al menos) los motivos que lo llevaron a iniciar su investigación.
Con todo, el efecto más importante de ese capítulo inicial es mostrarnos, por contraste, la deshumanización que ha sufrido a lo largo de los años. (Como si él, y no su «experimento», fuese la víctima de sus procesos).
El elegido
Particularmente lúcida me parece la reflexión de la autora respecto al significado del concepto «elegido». Una vez más (como en el caso de los «fines»), Jurado pone el foco en el «quién».
Vinculando la idea de «elegido» a la de «destino», solemos equipararla a «predestinación». Y si bien esa es su acepción tradicional, no debemos olvidar que quien elige también puede ser una persona o un colectivo y que, en ese caso, el «elegido» pasa a ser la herramienta de quien lo eligió; un medio para obtener un fin.
«—No debes tenérselo en cuenta —había contestado su madre—. Recuerda que te seleccionó para salvarnos a todos: eres su elegido. ¿Sabes cuántos darían cualquier cosa por estar en tu lugar? (…) Sacrificarse un poco ahora significa una vida mejor. Y tú, serás el primero».
Claro que los que eligen suelen dejar que sean otros los que hagan el sacrificio… Para eso están los elegidos.

Paria
La novela también emplea la «corporalidad» para analiza la segregación del diferente. La extrañeza que genera Kirmen entre sus compañeros de generación se traduce en violencia, como forma de enfrentar lo desconocido.
La autora explica que:
«CloroFilia surge porque siempre me ha interesado “la mirada del otro”, es decir, los personajes fuera de la norma, aquellos que son considerados por la sociedad como parias, marginados o monstruos».
Sin embargo, lejos de quedarse allí, Jurado emplea los mismos elementos físicos para definir la «normalidad».
«—¿Qué es ser normal? —le había preguntado a Jay días más tarde.
El hombre confeccionaba una cesta con fibras recién cortadas de cáñamo. (…)
—Ser normal es ser natural.
Kirmen era casi de la misma estatura que Jay, pero aún le parecía el más fuerte y corpulento de todos los enclaustrados.
—¿Qué es ser natural?
El hombre dejó de entrelazar las fibras y le lanzó una mirada de curiosidad.
—¿Han vuelto a restregar cebolla en tu silla de la escuela, Kirmen?
(…)
El niño negó con la cabeza.
—No me has respondido. ¿Qué es ser natural?
Jay volvió a la cesta.
—No fingir. No pretender ser distinto. Sentirte a gusto en tu pellejo».
Trascendencia
Que el final de la novela tenga «un efecto fantástico» (como explica la autora) es otro modo de hacer coincidir la forma con el contenido. Es lógico que, en su última parte, la novela «trascienda» la ciencia ficción para convertirse en algo distinto porque en la historia (es decir, en la batalla planteada en el cuerpo de Kirmen) la única forma de vencer la cosificación es precisamente esa: trascenderla.
Claro que el modo en que lo consigue tendrás que descubrirlo por tu cuenta.
To be continued…
Hasta aquí la primera entrega de este artículo.
Recuerda que esta vez (y sin que sirva de precedente) este análisis continuará el próximo viernes.

NOTA: La foto de cabecera pertenece a h heyerlein y ha sido publicada en Unsplash.