En el momento en que empiezo a escribir este artículo, basta con echarle una ojeada a la blogosfera para acceder a decenas de reseñas recientes de El cuento de la criada. El motivo es doble: el estreno de una serie de televisión basada en el libro y su (casi simultánea) reedición en español por parte de Salamandra. Así, una curiosa coincidencia ha dotado de hype a una novela que, hasta ahora, había mantenido el estatus de «obra de culto» (con la escasez de lectores que eso supone, incluso en estos años en los que decenas de «distopías» han abarrotado las mesas de novedades).

Así que lo primero que debo decir es que si he terminado leyéndola ha sido, básicamente, debido a ese hype… bueno, al hype y a la hermosa cubierta elegida por Salamandra.

Lo digo con total franqueza. Mi primer acercamiento a la obra de Atwood fue a través de El año del diluvio (Bruguera, 2010) y Oryx y Crake (Ediciones B, 2004) y si bien ambas son novelas prospectivas, ninguna de las dos llamó especialmente mi atención. Estaban bien escritas, sin duda, pero…

Quizá se debió a que las leí en el orden inverso al que fueron publicadas (aunque lo cierto es que ambas historias transcurren al mismo tiempo), quizás a que nunca leí el tercer libro de la trilogía, Maddaddam (el cual, hasta donde sé, nunca se ha traducido al español), o quizás, simplemente, a que aquel no era el momento apropiado para acercarme a ellos.

Tras leer El cuento de la criada, lo más probable es que lo vuelva a hacer.

 

Cuestión de enfoque

Dicho esto, no es necesario que aclare que la novela me ha fascinado. A nivel estilístico es una lección de literatura: el manejo desconcertante de los adjetivos, que convierte las descripciones más banales en metáforas de la sociedad (o en trasuntos del estado de ánimo de la narradora); o el empleo de asociaciones libres como inductores de memoria (al fin y al cabo, «el cuento» es una construcción de la memoria —incluso lo que se relata en presente— y recuerda lo que hablamos aquí sobre la construcción del pasado), son claros ejemplos de la maestría de Atwood.

De todos modos, he dudado en escribir esta reseña. No porque no quisiera hacerlo, sino porque se han escrito tantas últimamente que no estaba seguro de tener algo que agregar.

Por si acaso, releí la introducción que hizo la autora para esta edición en busca de algún enfoque, si no original, al menos novedoso.

Y creo haberlo encontrado… o, al menos, creo haber encontrado una buena excusa para escribir esta reseña.

detalle de la ilustración «city» de Anna y Elena Balbusso para El cuento de la criada de

 

1984

Puestos a seleccionar un año para empezar a escribir una distopía, el elegido por Margaret Atwood no está nada mal. Más aún si empiezas a hacerlo en Berlín Occidental (a pasitos del régimen que inspiró a George Orwell).

Pero su influencia no es solo anecdótica.

En una primera aproximación, pueden encontrarse guiños explícitos a la obra de Orwell en ciertos pasajes de El cuento de la criada. Por ejemplo, comparemos este diálogo entre el Comandante y la Criada…

Las mujeres no saben sumar, dijo él una vez, en broma. Cuando le pregunté a qué se refería, respondió: Para ellas, uno más uno más uno más uno no es igual a cuatro.

—¿A qué es igual? —le pregunté, suponiendo que diría cinco, o tres.

—Sencillamente a uno más uno más uno más uno —concluyó.

… con este otro entre O’Brien y Winston Smith, mientras el segundo está siendo torturado.

—¿Recuerdas haber escrito en tu diario: “la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro”?

—Sí —dijo Winston.

O’Brien levantó la mano izquierda con el reverso hacia Winston y, escondiendo el dedo pulgar, extendió los otros cuatro.

—¿Cuántos dedos hay aquí, Winston?

—Cuatro.

—Y si el Partido dice no son cuatro, sino cinco, entonces, ¿cuántos hay?

—Cuatro. —La palabra terminó con un espasmo de dolor.

 

El reverso de la trama

A decir verdad, no he elegido estos pasajes al azar: en la diferencia de enfoque respecto a la cifra, se distingue una interacción más profunda entre ambas obras. Una interacción que E.L. Doctorow hace explícita en una de las citas de la solapa:

«Esta novela visionaria, en la que Dios y el gobierno se funden y Estados Unidos se convierte en una teocracia puritana, puede leerse como un volumen gemelo de 1984 de Orwell; de hecho, como su reverso».

Dicho de otra forma, El cuento de la criada es una especie de «cara B» (de imagen especular, si se quiere) de 1984.

Una vez más, este análisis presenta varias capas.

La más obvia, sin lugar a dudas, es la referente al régimen político: mientras que 1984 lleva al paroxismo la esencia totalitaria del régimen soviético (recordemos que Orwell escribió su novela en 1948, con Stalin aún en el poder), El cuento de la criada lleva al paroxismo la esencia conservadora del gobierno norteamericano de su época (recordemos que en 1984 el presidente de Estados Unidos era Ronald Reagan, quien, un año antes, había dejado muy clara su postura religiosa en su famoso discurso «El imperio del mal»).

Otra es la referente a la religión: mientras que en 1984 el régimen ha eliminado cualquier vestigio de religión, en El cuento de la criada la religión es la excusa del régimen. Lo cual, como bien explica la propia Atwood, no significa que el libro esté en contra de la religión, sino que «está en contra del uso de la religión como fachada para la tiranía: son cosas bien distintas».

Detalle de la ilustración «red wall» de Anna y Elena Balbusso para El cuento de la criada

 

El leitmotiv como metáfora

Como ya dije al hablar de Hijos de los hombres, en una obra prospectiva el leitmotiv (el motivo central de la trama) es una metáfora de la tendencia que se busca exacerbar. Por lo tanto, si El cuento de la criada es la «cara B» de 1984, sus leitmotivs también deberían serlo.

En aquel artículo dije, a modo de ejemplo, que el motivo central de 1984 es el dominio absoluto de la mente del individuo por parte de estado, pero lo cierto es que no llegué a demostrarlo, así que lo haré ahora. Por suerte es una tarea bastante sencilla: en la misma escena en la O’Brien le pide a Winston que le diga cuántos dedos ve, el primero expone la esencia de la novela en unas pocas frases:

—… Convéncete, Winston, solamente el espíritu disciplinado puede ver la realidad. Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, das por cierto que todos los demás están viendo lo mismo que tú, pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa; la realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Solo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es, efectivamente, verdad. Es imposible ver la realidad si no a través de los ojos del Partido.

 

El cuerpo como prisión

En 1984, el cuerpo es solo un instrumento del régimen para acceder a lo que realmente le importa: la mente del individuo. Las dantescas torturas a las que Winston Smith se ve sometido tienen por único objetivo quebrar su voluntad; de hecho, una vez que ha traicionado todo cuanto amaba, una vez que solo ve la realidad «a través de los ojos del Partido», su cuerpo es liberado. El Partido no lo mata, no necesita matarlo, ya tiene lo que quería.

En ese sentido (en su sentido más hondo), podría decirse que El cuento de la criada es el reverso de 1984 porque su leitmotiv es el reverso del de Orwell, porque su motivo central, su metáfora, es el dominio absoluto del cuerpo del individuo por parte del estado.

Detalle de la ilustración «Handmaid's Tale» de Anna y Elena Balbusso para El cuento de la criada

 

¿Distopía feminista?

Vista desde esta perspectiva, analizar la novela de Atwood como una obra feminista es un reduccionismo.

Es verdad que su protagonista es una mujer, pero esa mujer es una representación del ser humano tan abarcadora como lo es Winston Smith. ¿O acaso la novela de Orwell es «masculina» porque su protagonista es un hombre?

Lo mismo puede decirse de los roles en la novela. Sin duda alguna, las más oprimidas por el régimen descrito en el libro son las mujeres (como en toda teocracia patriarcal obsesionada con el cuerpo), pero entre los personajes femeninos hay oprimidas y opresoras, creyentes fervorosas y disidentes. Incluso ideólogas desencantadas, al contemplar lo que ellas mismas han propiciado. Y los hombres (en menor medida, por supuesto, dado que ostentan mayor poder) también se ven constreñidos, no solo en su posibilidad de tener pareja (algo que está en manos del régimen), sino en el modo (ritual y coercitivo) de vincularse con las mujeres.

Claro que, si ya has leído el libro, me dirás que los hombres sí que tienen sus «desfogues» (no diré nada más para no hacer spoilers), pero en toda novela distópica las clases dominantes siempre se han permitido «desfogues» que a las clases oprimidas les están penalizados. En el contexto de El cuento de la criada, el «desfogue» en el que estás pensando cumple la misma función que la posibilidad de O´Brian (en la novela de Orwell) de apagar su telepantalla en ciertos momentos del día. Además, es importante recordar lo que se dice en las «Notas históricas» del final de la novela sobre el destino del Comandante.

Lo que intento recalcar con esto es lo que la propia Margaret Atwood ha expuesto en su introducción:

«¿El cuento de la criada es una novela feminista? Si eso quiere decir un tratado ideológico en el que todas las mujeres son ángeles y/o están victimizadas en tal medida que han perdido la capacidad de elegir moralmente, no».

Detalle de la ilustración «examinaron» de Anna y Elena Balbusso para El cuento de la criada

 

Reflejos

Dado que el leitmotiv de la novela de Atwood es el reverso de la Orwell, resulta interesante contraponer el tratamiento que ambas hacen de ciertos temas para ver cómo sus estrategias responden a las ideas que expresan.

Por cuestiones de espacio (que ya estamos llegando a las dos mil palabras) me limitaré a analizar tres conceptos.

 

Tortura

Como dije un poco más arriba, en 1984 el tormento físico es una herramienta empleada por el régimen para acceder a lo que realmente le importa: la mente del individuo. En otras palabras, dado que el cuerpo no le interesa, el Partido no tiene escrúpulo en destrozarlo con tal de quebrar la voluntad de la víctima. De hecho, la cuarta parte de la novela se desarrolla entre sesiones de tortura.

En El cuento de la criada, la tortura física es una posibilidad siempre presente, pero escasamente ejercida (y limitada a partes concretas del cuerpo). Dicho de otro modo: dado que el cuerpo es lo que le importa, el régimen centra su acción represiva en la tortura psicológica (la posibilidad de…), y emplea la violencia física en castigos ejemplarizantes. De hecho, a lo largo de la novela, la tortura es algo referido por quien la sufre, pero nunca relatado.

 

Vejación pública

Todo régimen totalitario debe tener un «enemigo», y el modo en que se incite al pueblo a atacarlo, dice mucho del régimen en sí.

En 1984, la vejación pública a Emmanuel Goldstein (el enemigo del pueblo) se materializa en «los dos minutos de Odio»: el régimen obliga a los individuos a sentarse frente a una pantalla, contemplar a su «enemigo», y soltarle improperios. Gritos, palabras, pensamientos… El odio y la represión (que podría dirigirse hacia el régimen) se canaliza hacia el «enemigo». Pero es un odio mental; irracional, quizás, irrestricto, pero que no pasa de lo discursivo.

En El cuento de la criada, la vejación pública a personas anónimas (que el régimen define como «enemigos del pueblo») se materializa en la «Particicución»: un linchamiento público y masivo ejercido sin más armas que las manos. Se actúa sobre el cuerpo, se destruye el cuerpo del «enemigo», para canalizar el odio (y la represión) que de otra forma se dirigiría hacia el régimen.

 

Vaciamiento

Para finalizar, me interesa hacer referencia a una estrategia común a ambos regímenes (y, probablemente, a todo régimen totalitario) a la hora de condicionar a sus ciudadanos: el vaciamiento.

Ideas tan poderosas en 1984 como el «doblepensar» («la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente»), la «neolengua» (un vocabulario reducido a su mínima expresión y plagado de eufemismos y negaciones, al que Orwell incluso le dedica un apéndice) o la «policía del pensamiento», son herramientas empleadas por el Partido para vaciar la mente de los individuos de cualquier pensamiento propio.

Del mismo modo, en El cuento de la criada, los códigos de colores en la vestimenta, el estricto sistema de roles en el que se estructura la sociedad, la ritualización del contacto físico, la ausencia de espejos, son modos de vaciar el cuerpo de cualquier autoafirmación.

Y así como el objetivo último del Partido es que cuatro dedos sean cinco, o tres, o veintiocho, según lo que decidan los jerarcas; el objetivo último de la sociedad expuesta por Atwood es que el cuerpo sea un objeto, un contenedor multipropósito, tan dúctil e impersonal como sus gobernantes deseen.

Detalle de la ilustración «lipstick» de Anna y Elena Balbusso para El cuento de la criada

 

 

NOTA: Todas las imágenes interiores de esta entrada son obra de Anna y Elena Balbusso, dos jóvenes ilustradoras italianas galardonadas, en 2012, con la Medalla de Oro de la Sociedad de Ilustradores por su trabajo (precisamente) en la versión ilustrada de El cuento de la criada.

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