Si el artículo de la semana pasada partió de mis fobias, el de ésta, para compensar, parte de mis filias. Hacía tiempo que quería escribir sobre La estrella de Pandora / Judas desencadenado, de Peter F. Hamilton (Pandora’s Star / Judas Unchained, Pan Macmillan & Del Rey, 2004 / 2005), esa bilogía que es, en realidad, una única novela de casi dos mil páginas.
El problema, como siempre, era encontrar el enfoque adecuado. Y ese enfoque se me ocurrió la semana pasada, mientras terminaba de leer Carbono modificado, de Richard Morgan (Altered Carbon, Victor Gollancz Ltd, 2002), otra novela que he disfrutado muchísimo.
Pero antes de explicarte qué se me ocurrió, deja que te hable de mi experiencia lectora.
Sentido de la maravilla en estado puro
La bilogía de Hamilton (a partir de ahora, para simplificar, me referiré a ambas novelas como La estrella de Pandora), es un libro perfecto para abrir sobre una tumbona (de ser posible en la playa) con varias horas de lectura por delante.
Hamilton (que lo sabe y domina su técnica) esponja su historia con largas introducciones a cada capítulo, relatos detallados de los desplazamientos de sus personajes, excursos sobre los temas más diversos y descripciones que ocupan varias páginas.
Y sin embargo funciona. Si te dejas llevar, la sensación de inmersión es completa y el exceso de información no es percibido como un infodump, sino como un surtidor de sentido de la maravilla.
Y si a eso le sumamos decenas de personajes y escenarios, conspiraciones políticas y tramas detectivescas, batallas espaciales y a ras de suelo, la diversión está asegurada.
Porque eso, en última instancia, es lo que ofrecen los libros de Hamilton: diversión en estado puro.
Claro que, cuando he intentado analizar sus estrategias narrativas, la primera asociación que me vino a la cabeza (quizás influido por el blurb de la portada) no es precisamente con otro autor de Space Opera…; y me resulta difícil extraer algún análisis prospectivo de unas tecnologías que, de tan avanzadas, bien podrían describirse como magia.
Y conste que al hablar de «magia» no me estoy refiriendo a la tercera ley de Clarke, sino a «La primera ley de la magia» de Brandon Sanderson. De hecho, las tecnologías de la Federación —Commonwealth en el original— se adaptan mucho mejor a su definición de «magia dura», que las del escritor que Sanderson eligió para ejemplificarlas; mientras que la «tecnología» de los Silfen se adapta como un guante a lo que él denomina «magia blanda».
Todo esto no reduce en lo más mínimo la verosimilitud del relato. Por el contrario, su capacidad persuasiva es tan grande que consigue plantar frente a nosotros una galaxia al completo (con sus detalles y contrastes) y lograr que la veamos…
Cyber Noir
A primera vista, Carbono modificado (publicada anteriormente como Carbono alterado) es una novela policial ambientada en un entorno futurista. Las referencias cyberpunk son evidentes: desde las inteligencias artificiales autoconscientes hasta el poder de unas corporaciones despiadadas; desde el sarcasmo de sus personajes hasta su indumentaria «ochentera». Sin embargo, al margen de los tópicos, al margen de la aventura de su protagonista (que de tan entretenida te hace olvidar el contexto), es fácil darse cuenta de que el universo que describe es mucho mayor que el escenario de la historia.
Porque ese es, a mi entender, el elemento diferenciador de la novela de Morgan: aunque su historia —con sus toques pulp, su violencia y sexualidad explícita, y sus proyecciones tecnológicas centradas en la informática— se encuadra en el cyberpunk, su contexto se encuadra en la Space Opera.
Dos caras de una misma moneda
Carbono modificado se desarrolla en el siglo XXV y en algún momento de su lectura recordé que La estrella de Pandora se desarrollaba a finales del XXIV. A partir de ese momento, empecé a relacionar sus escenarios y descubrí que, partiendo de avances tecnológicos similares (al menos, de los más significativos) la realidad descrita en ambas obras es diametralmente opuesta. Mientras que las novelas de Hamilton sugieren una evolución positiva (llamémosle optimista) del capitalismo, Carbono modificado nos enseña su peor versión.
Dicho de otro modo: los mismos avances tecnológicos pueden dar pie tanto a escenarios utópicos como distópicos. Lo cual no debería sorprendernos porque, en última instancia, un avance tecnológico no es más que una herramienta y somos nosotros quienes decidimos cómo emplearla.
… Si vamos al caso, incluso ese «nosotros» es relativo: tanto puede hacer referencia a la humanidad en general como al «Nosotros» descrito por Zamiátin.
Novum, lo que se dice Novum…
Según la definición de Darko Suvin, el «Novum» es la novedad validada por la lógica cuya presencia distingue a la ciencia ficción de la fantasía. Sin embargo (por lo que expliqué más arriba), prefiero hablar de «avances», en lugar de Novum, para no entrar en debates respecto a cuánto de ciencia y cuánto de ficción hay en estas novelas… O sobre cuánta validez «lógica» pueden tener.
Lo importante es que ambas consiguen que los «avances» en los que basan sus escenarios nos resulten verosímiles.
¿Y cuáles son esos avances?
Al margen de otros tantos, los que en esencia han determinado el desarrollo de sus sociedades son tres: la capacidad de desplazarse «instantáneamente» (en el próximo apartado veremos cómo) a otros puntos de la galaxia; la posibilidad de vivir durante siglos (rejuveneciendo o sustituyendo los cuerpos) y la transcripción digital de la consciencia que, de este modo, es independiente del cuerpo que habite.
Recurriendo al amigo Thorne
Tanto en la obra de Hamilton como en la de Morgan, la «tecnología de agujeros de gusano» ha conducido a la humanidad hacia una era de neocolonialismo. Ya no son países, sino planetas los que se «descubren», pero la lógica expansiva sigue siendo la misma.
Lo interesante es que, mientras que en La estrella de Pandora la «tecnología de agujeros de gusano» permite el desplazamiento de mercancías y personas (lo que da pie a una de las ideas más novedosas de la saga: el hecho de que los viajes interplanetarios se produzcan ¡en tren!); en Carbono modificado lo único que transporta es información; o, para ser más preciso, la mente (la consciencia) de unas tropas de élite conocidas como Cuerpo de Emisarios y destinadas a mantener el control sobre las colonia.
Mientras que la novela de Hamilton describe una sociedad postescasez en las que las materias primas, el dinero y las personas se desplazan de un lado a otro sin mayores problemas (por mucho que se diga que los viajes son caros); en la de Morgan la mayor parte de la humanidad ha vivido siempre en un mismo plantea y los agujeros de gusano son empleados como herramienta de represión. (El Cuerpo de Emisarios es enviado a las colonias para sofocar rebeliones, no para ejercer la diplomacia).
Tierra querida
Una de los elementos más ilusionantes de La estrella de Pandora es su esmerada descripción de una Tierra reverdecida.
Dado que los agujeros de gusano conectan planetas a decenas de años luz, la humanidad puede darse el lujo de colonizar solo aquellos que nos resulten habitables. Lo que significa que hay espacio suficiente para que cada cual viva donde quiera y (mayoritariamente) del modo que quiera.
Solo en el segundo capítulo —aquel que nos presenta a Adam Elvin y Paula Myo— se sugiere que hay sociedades en las que los trabajadores son explotados, pero en los centenares de páginas que le siguen esa «desigualdad estructural» apenas se enseña… (Ya hablaremos más adelante del enfoque de la obra).
Así que esa libertad de movimiento y disponibilidad de territorio han redundado en la descongestión de la Tierra, que a finales del siglo XXIV ha menguado su número de habitantes e incluso ha revertido sus problemas ecológicos.
Un cinturón de paneles solares que envuelve al Luna envía energía limpia a nuestro planeta —obviamente, a través de agujeros de gusano—, eliminando por completo la polución.
La tierra es un lugar caro y exclusivo. Es sin duda el principal centro de poder de la Federación, pero su acción colonizadora está descentralizada. Se desarrolla en distintas Fases y cada cual tiene sus planetas «hub» (ya no astropuertos, sino estaciones de trenes) tan importantes a nivel local como la propia Tierra.
En Carbono modificado la expansión también se produce, pero el poder colonial sigue estando centralizado. Y dado que los viajes interestelares «instantáneos» se restringen a las tropas, la Tierra se ha convertido en un gigantesco asentamiento del que solo escapan, como islas, las casas de los multimillonarios.
Por otra parte, al no producirse interacciones entre los habitantes de los distintos planetas, la tendencia independentista de las colonias está siempre presente y el poder colonial (ejercido por la ONU, es decir, por la Tierra) actúa brutalmente para sofocarla.
Cuerpo a cuerpo
En el apartado anterior dije que, en Carbono modificado, los agujeros de gusano solo transportaban la consciencia de sus soldados de un planeta a otro. La pregunta, por tanto, es, ¿qué sucede cuando llegan a su destino?
En una realidad en la que el ser se reduce a información, el cuerpo no es más que una «funda», así que la consciencia de los soldados es «reenfundada» al llegar.
¿Y de dónde se sacan las «fundas»?
Buena pregunta: los cuerpos (porque eso es lo que son, no lo olvidemos) pueden ser diseñados artificialmente (y mejorados artificialmente) o pueden ser extraídos del «centro de almacenamiento» en el que se guarda a los convictos (porque en esta sociedad a los reos no se los encarcela: se separa la consciencia de sus cuerpos, se almacena la primera en animación suspendida y se alquilan o venden los segundos).
Llegado a este punto debo aclarar que los militares no son los únicos en poseer una transcripción digital de su consciencia. Todos los seres humanos tienen un respaldo digital en una especie de chip («la pila») ubicado a la altura de la nuca, lo que permite que sean «revividos» en otro cuerpo en caso de que el suyo sea destruido. Los millonarios pueden dar un paso más y guardar copias de seguridad de su consciencia fuera de su cuerpo, así como disponer de clones a los que trasplantarse cuando el cuerpo que habitan empieza a envejecer.
Para alguien habituado a la ciencia ficción, lo que acabo de exponer ni siquiera es original, sin embargo, para alguien especializado en bioética, es una suerte de catálogo de atrocidades.
En ese sentido, Hamilton procura obtener el mismo resultado (la prolongación de la vida por medio de la digitalización de la consciencia) vadeando los problemas éticos. Así, en lugar de sugerir el empleo habitual de clones, propone una especie de «rejuvenecimiento radical»; un tratamiento que le devuelve al cuerpo (a nuestro cuerpo) la vitalidad y la forma que tenía a los veinte años.
Solo cuando se produce un asesinato o un accidente (es decir, cuando se destruye el cuerpo) se propone el empleo de clones para reenfundar la consciencia, pero es un proceso que se inicia tras el hecho y que involucra desde el principio a la consciencia que será albergada.
When I’m (three hundred) Sixty-Four
Es probable que el principal motivo por el que Hamilton se ha empeñado en suavizar las derivaciones éticas de la extensión de la vida sea el rol que juegan en su historia los personajes centenarios.
En La estrella de Pandora (y es increíble lo bien que nos lo consigue vender) los verdaderos héroes son las élites capitalistas. Quienes realmente «salvan el día» son los dos empresarios más poderosos de la galaxia. De hecho, si se repasa la historia con un poco de perspectiva, se verá que la mayoría de los personajes relevantes para la trama o forman parte de las «grandes familias» (corporaciones familiares a una escala sin precedentes), o están emparentados con ellas, o son capitalistas de éxito. Los personajes de clase media, o son mediocres, o tienen una «historia» que los condiciona, o están escritos para satisfacer a los lectores masculinos.
Hamilton consigue convencernos de que los líderes de esas corporaciones son personas profundamente preocupadas por el bien de la humanidad; que mientras los políticos se enredan en disputas mezquinas, las élites centenarias son las únicas con visión suficiente para captar una imagen de conjunto.
El árbol
En la novela de Morgan, el rol de las élites es un poco distinto. A los hombres y mujeres centenarios se los denomina despectivamente «matu» (por Matusalén, claro), y hay motivos de sobra para que así sea.
Mientras que en La estrella de Pandora la técnica de rejuvenecimiento es relativamente accesible (casi todos los ciudadanos de la Federación pueden permitírsela), en Carbono modificado la técnica de reenfundado en clones es sumamente cara. Solo los más ricos pueden acceder a ella, por lo que la longevidad se convierte en una forma de elitismo. Los «matus» lo saben y contemplan a los «simples mortales» con desprecio; o al menos les exigen un respeto que, consideran, les deben.
«—¿Ve aquel árbol un poco más allá de la pista de tenis? (…) Ese árbol tiene más de setecientos años. Cuando compré el terreno contraté a un ingeniero de diseño. Quiso talarlo; tenía pensado construir la casa un poco más arriba, y el árbol estropeaba las vistas del mar. Lo despedí. (…) Verá, señor Kovacs, el ingeniero tenía treinta y pocos años, y para él, el árbol no era más que una molestia. Le estorbaba. El hecho de que llevase en este mundo veinte veces más tiempo que él no le decía nada. No sentía ningún respeto.
—Así que usted es el árbol.
—Eso es —dijo Bancroft, ecuánime—. Yo soy el árbol».
En la novela de Morgan, las élites no se preocupan más que de sí mismas. A diferencia de las de Hamilton, que no parecen disponer de tiempo suficiente para todo lo que tienen que hacer, las de Morgan se aburren, por lo que necesitan estímulos cada vez más retorcidos para saciar sus deseos… Y dado que esos placeres también son muy caros, su satisfacción ha dado pie a una estructura paralegal, hecha por y para ellos, en la que puedan dar rienda suelta a sus perversiones.
Cosas que nunca cambian
Si en algo coinciden las dos novelas es en que sus élites masculinas «necesitan» practicar sexo con múltiples mujeres. Por lo que sus distintos enfoques solo se expresan en el modo en que esto se «resuelve».
Con una naturalidad algo forzada, Hamilton nos muestra (ya mediada la segunda novela) el harén del que dispone Nigel Sheldon, uno de sus personajes principales. Un gineceo (seudo) abierto en el que un grupo de jóvenes conviven con él durante algunos años y luego siguen con sus vidas (sustentadas, por supuesto, por el magnate). Sobra decir que no hay personajes femeninos que dispongan de un harén de mancebos.
En el escenario de Carbono modificado, por el contrario, los matrimonios siguen siendo monógamos, así que las élites dedican parte de su tiempo «a la satisfacción sexual de pago, tanto real como virtual». (Las palabras son de Bancroft, el «matu» que contrata al protagonista). Claro que esas satisfacciones tienen consecuencias. Para quienes las disfrutan, los postreros sentimientos de culpa; para quienes las padecen, el dolor o incluso la muerte.
Resulta curioso que la persistencia del machismo sea la única coincidencia evidente en dos visiones de futuro tan dispares.
Enemigo externo / enemigo interno
Dado el cariz utópico del escenario de Hamilton, no es extraño que el enemigo al que se enfrentan sus protagonistas provenga del exterior. Su origen no es humano, lo que le permite plantear su historia en términos de «ellos contra nosotros» sin tener que hacer frente a claroscuros morales. Incluso emplea el recurso de los «ultracuerpos» para disponer de «enemigos» humanos sin endilgarles intenciones genocidas. La humanidad son los «buenos», sin sombra de duda (ciertas decisiones, de tan idealizadas, resultan poco verosímiles), y el enemigo… Bueno, para no hacer spoilers, digamos que el enemigo es la otredad en estado puro.
Por su parte, en la novela de Morgan todo se desarrolla entre humanos. (La existencia de alienígenas se sugiere como atrezo, pero no influye en la trama). Y si La estrella de Pandora se excede en la blancura de algunos personajes, Carbono modificado se excede en su oscuridad. Entre los grises oscuros de sus protagonistas, los «enemigos», para destacar, tienen que convertirse en bocetos: seres sin una virtud, sin un atisbo de humanidad. A ojos del lector tienen que dejar de ser «humanos» para que ansíe que caiga sobre ellos el peso de la venganza… Lo cual, si he de ser sincero, es una estrategia tramposa, pero que casi siempre funciona.
Realidades paralelas
Un poco más arriba dije que la única coincidencia entre ambos escenarios era la persistencia del machismo y, pensándolo bien, reconozco que estaba equivocado.
Existe otra coincidencia, menos evidente pero igual de importante: ambas asumen que nuestro sistema económico y social persistirá durante cinco siglos. No importa que una le augure prosperidad y la otra lo lleve a la ruina: en ambas el capitalismo (tal como lo conocemos) se ha extendido por la galaxia.
Con esto no pretendo criticar a ninguna de las dos novelas: como dije al principio, las disfruté enormemente (su objetivo es divertir y sin duda lo consiguen). Sin embargo, resulta curioso que un sistema que emergió hace quinientos años y que se vio radicalmente modificado por la revolución industrial, no haga más que perpetuarse otro medio milenio tras sufrir tres revoluciones tecnológicas tan profundas y transformadoras como las descritas en ellas.
Y más curioso me resulta todavía el que imaginaciones capaces de crear una galaxia no hayan podido inventarse otro tipo de sociedad.
Será que el cambio mental necesario para hacerlo, el cambio propuesto por Ursula K. Le Guin en su novela Los desposeídos, no es tan fácil de lograr como parece.
NOTA: Todas las imágenes que aparecen en este artículo son obra de John Berkey.