Las primeras noticias sobre Víctor Guisado Muñoz me llegaron de la mejor fuente posible: Elías Combarro no solo escribió el postfacio de su novela Me tragó el igualma (Ediciones El Transbordador), sino que la seleccionó entre sus «libros favoritos publicados en español en 2017», que ya es mucho decir.

Poco después, en abril de este año, me enteré de que Guisado Muñoz acababa de publicar una colección de relatos y novelas cortas y decidí empezar por ella.

Terminaron de convencerme dos magníficas reseñas aparecidas casi a la vez: la de Santiago Gª Soláns para Sagacomic-Lothlórien y la de Leticia Lara (a quien tuve el gustazo de conocer hace una semana en el Celsius) para Fantástica-Ficción.

Como la edición es en papel, tardé un poco en hacerme con el ejemplar, y cuando lo tuve en mis manos ya estaba inmerso en las lecturas para el festival, así que terminé dejándolo para más adelante… Claro que, como dice el dicho, no hay mal que por bien no venga.

Al igual que la mayoría de lectores, supongo (de esto hablamos en Avilés con Isa Janis), suelo asociar los momentos y lugares al libro que estoy leyendo, y dado que gran parte de El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato (Ediciones El Transbordador, 2018) lo leí durante el Celsius, a su indiscutible calidad literaria se sumó la energía del festival; esa alevosa sensación de pertenencia, la calidez del reencuentro con amigos.

Como es lógico, tuve claro desde muy pronto que quería escribir este artículo. El «problema» (y conste que lo pongo entre comillas) es que nunca me había centrado en una colección de relatos: no porque no las disfrute, sino porque me resulta más fácil analizar la temática y estructura de una novela sin desvelar su trama.

Sin embargo, conforme la leía, descubrí que esta colección es especial por tres motivos.

El primero es que contiene dos novelas cortas que podrían haber sido publicadas de forma independiente. (De hecho, una de ellas lo fue).

El segundo es su particular estilo. Guisado Muñoz ha desarrollado una voz propia: reconocible en todos sus textos, pero provista de la flexibilidad necesaria para adaptarse a cada historia.

Y, por último, al finalizar el libro comprendí que existe un «hilo conductor» que vincula sus piezas. No exactamente un «tema central» —es decir: un leitmotiv que se repita en las distintas tramas—, pero sí una exploración consciente de las distintas facetas de una misma temática: el relato como constructor de la realidad. Su poder, sus límites… e incluso sus peligros.

Visto desde esta perspectiva, el libro desvela un «segundo nivel» de especulación, un juego de referencias cruzadas en el que vale la pena ahondar.

Pero empecemos por hablar de su estilo.

 

El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato 1
Fotografía realizada por Kyle Peyton y publicada en Unsplash.

 

Sobre los referentes

Es poco habitual, en la literatura fantástica, que todas las reseñas de una obra dediquen al menos un párrafo a hablar de su prosa.

El otro ejemplo que me viene a la mente son las novelas de Emilio Bueso; pero en su caso es un efecto buscado: su prosa forma parte del desafío que propone al lector. En el caso de Víctor Guisado Muñoz, su prosa llama la atención sin proponérselo.

Tras leer sus relatos, no cabe duda de que ha empleado tanto tiempo en la elaboración de sus tramas como en la construcción de sus frases, en la elección de la palabra precisa, en la elaboración de metáforas innovadoras; pero ese mismo esfuerzo es reconocible en la obra de otros autores —como Ismael Martínez Biurrun o Guillem López— y en las reseñas que se les dedican no se suele ahondar en el tema. Por lo que intuyo que lo que nos llama la atención no es tanto su esfuerzo esteticista (que sin duda está presente) como los referentes de su estilo.

En las obras de López y Martínez Biurrun se percibe la influencia del realismo sucio y el minimalismo anglosajón, de Raymond Carver y Cormac McCarty (entre otros muchos referentes), mientras que en la obra de Guisado Muñoz se percibe el lirismo onírico, envolvente y abigarrado del Cortázar de Rayuela (entre otros muchos referentes).

Lo curioso (y en esto me incluyo) es que nos sintamos más próximos a un estilo apropiado de la tradición anglosajona que a un estilo propio de nuestra tradición…

Y más si tenemos en cuenta que el lirismo propuesto por Cortázar es especialmente adecuado para explorar los pensamientos y los sueños. Sus frases largas y envolventes, que derivan y enlazan imágenes, transcriben la concatenación de pensamientos en la que solemos enredarnos, da igual que sea de forma consciente o inconsciente.

Pero estoy siendo demasiado abstracto, así que lo ejemplificaré por medio de una asociación. Comparemos el famoso inicio del capítulo 73 de Rayuela

«Sí, pero quién nos cura del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos».

… con este pasaje de «El supermercado errante».

«Camino entre la gente y observo, y sigo pronunciando su nombre. Su nombre es mi brújula. En medio de este espacio donde todo brilla y me deslumbra, y la gente va feliz cargada de bolsas de un sitio a otro buscando la compra definitiva, el éxtasis culminante en la mesa de operaciones impoluta, donde posee el pulcro acero del cirujano la exclusividad sobre el mundo y su ritmo, sólo su invocación me guía».

En ambos pasajes se percibe el ritmo sincopado (casi jazzístico) de las frases. Las concatenaciones; la melodía pausada que imita el devenir de los sueños.

Pero de eso hablaremos más adelante.

 

Un referente imprevisto

Antes de analizar los relatos, quiero señalar otro (posible) referente.

Debo aclarar, eso sí, que en este caso puede que las asociaciones me hayan jugado una mala pasada; sin embargo, el hecho de que ciertas escenas de uno de sus relatos se desarrollen en Lisboa me recordó a António Lobo Antunes.

Y en cuanto pensé en él, no pude evitar asociar el modo en que ese autor evoca los recuerdos (poblando sus historias de metáforas sorprendentes, verbos descontextualizados e imágenes contrastantes) con la forma en que Guisado Muñoz lo hace en sus textos.

Una vez más, el mejor modo de ejemplificarlo es por medio de una asociación.

Comparemos estas frases del primer capítulo de El orden natural de las cosas, de Lobo Antunes…

«Y no obstante, Iolanda, en cuanto te duermes, apenas tu rostro, hundido en la almohada, recupera la inocencia del pesebre de otrora, tal como te vi, por primera vez, en la pastelería de la esquina del Instituto, cuando tus dedos sucios de tinta y tus cuadernos escolares me conmovieron con una alegría sin sentido,

en cuanto te duermes y una blancura de olmos con pájaros atraviesa la habitación, hablo sin que te burles de mí».

Con estas de «El jugador impasible», de Guisado Muñoz:

«Luego apareció ella. Una mañana compartimos durante horas el sonido de la lluvia sobre el pavimento empapado. Era un tamborileo monótono que se rompía suavemente de vez en cuando por el paso de un vehículo o el taconeo de algún viandante. En Lisboa, incluso los días soleados son suaves e invitan a la contemplación, así que lo normal en los días de lluvia, al menos para un afortunado como yo, con mucho tiempo libre, es caer en un dulce sopor en el que la melancolía se domestica a base de sorbos de café amargo».

Sea o no una referencia explícita, lo que es seguro es que ambos textos son conscientemente líricos (en el sentido de que buscan expresar, por medio del ritmo y las imágenes, las emociones de sus protagonistas) y que emplean herramientas similares para lograr su objetivo.

 

El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato 2
Fotografía realizada por Stefan Cosma y publicada en Unsplash.

 

El poder transformador del relato

Si al analizar novelas tengo que tener cuidado para no hacer spoilers, en el caso de los relatos el riesgo es mucho mayor. Por lo tanto, en lugar de centrarme en sus tramas, me centraré en ese «segundo nivel» del que hablé al comienzo del artículo: la forma en que Guisado Muñoz explora el poder transformador de las narraciones a través de las historias que cuenta.

Lo haré siguiendo el índice del libro porque el orden en que se han dispuesto no es baladí. Cada relato aporta un elemento nuevo a la reflexión, por lo que la complejidad de su análisis va in crescendo de historia en historia.

Así que empecemos por el principio.

 

«¿Vencerá la noche?»: los órdenes imaginados

En apenas dos páginas, construyendo una pequeña escena en los albores de la humanidad, «¿Vencerá la noche?» consigue exponer de forma clara un tema tan complejo como los «órdenes imaginados».

Este concepto —que desarrolla en profundidad Yuval Noah Harari en Homo Deus. Breve historia del mañana— se resume muy bien en un párrafo de ese ensayo que ya he citado otras veces:

«Toda la cooperación humana a gran escala se basa, en último término, en nuestra creencia en órdenes imaginados. Se trata de conjuntos de normas que, a pesar de existir únicamente en nuestra imaginación, creemos que son tan reales e inviolables como la gravedad».

En otras palabras: la cooperación humana a gran escala (las estructuras sociales que nos han traído hasta aquí) se basa en narraciones asumidas como reales de forma intersubjetiva.

He aquí el primer acercamiento al poder de la narración. Son las narraciones las que, según Harari, sustentan nuestro poder como especie:

«Los sapiens dominan el mundo porque solo ellos son capaces de tejer una red intersubjetiva de sentido. Una red de leyes, fuerzas, entidades y lugares que existen puramente en su imaginación común. Esta red permite que los humanos organicen cruzadas, revoluciones socialistas y movimientos por los derechos humanos».

Y esta idea es la que trasluce, expresada de un modo poético, en el relato que abre el libro:

«—No puedo encender un tronco con un único verso. Sabéis que no es posible. Pero sí sé invocar el fuego. Porque somos humanos y nuestros corazones son más inflamables que la madera. Y esta noche vais a arder».

Porque al igual que Harari, Guisado Muñoz está convencido de que ha sido «invocando», dando un nombre, traduciendo la realidad en palabras, que nos hemos convertido en humanos.

 

El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato 3
Fotografía realizada por Eliah O’Donell y publicada en Unsplash.

 

«¿Dónde están las naves espaciales?»: relatos contrapuestos

Lo primero que hay que decir sobre esta novela corta (que fue publicada de forma independiente antes de aparecer en esta colección) es que su inicio es una declaración de intenciones.

Se abre con un primer párrafo de tres carillas y media (¡tres carillas y media!) que comienza parafraseando a Nexus 6; luego sugiere el vínculo entre las artes y las ciencias a través de un excurso sobre Leonardo da Vinci, Galileo y Newton («¿Qué habría pasado si hubieran sido coetáneos (…)? ¿Le habría preguntado Leonardo a Galileo si había atmósfera en la Luna? ¿Le habría pedido Galileo a Leonardo que pintara un paisaje de otro mundo, que diseñara una nave espacial?»); y por último define una voz narrativa adolescente y soñadora que recuerda al Holden Caulfield de El guardián entre el centeno.

El resto de la historia se desarrolla desde esa perspectiva, cosa que Guisado Muñoz aprovecha para agregar dos variables al concepto de «orden imaginado».

En el mundo que describe la novela (tan parecido al nuestro, y al mismo tiempo tan distinto) la humanidad ya ha alcanzado los confines del sistema solar y se ha lanzado hacia las estrellas. Sin embargo, para lograrlo ha tenido que escindirse; ha tenido que «crear» una nueva especie —el Homo Sapiens Estelaris— capaz de habitar en entornos para los que el Homo Sapiens no está preparado.

Esta idea, además de servirle de catalizador de la trama, se convierte en una metáfora de dos relatos contradictorios; de dos «órdenes imaginados» que impulsan a la humanidad en sentidos contrapuestos.

Por una parte, hay un relato anclado al suelo, lastrado por la «gravedad» de la religión, la irracionalidad, el gregarismo y los condicionantes sociales: un relato que obliga a bajar la vista y a estar pendiente de la vida cotidiana. Ese «orden imaginado» se expresa en la novela a través de la sociedad Homo Sapiens. Su quintaesencia es «el Puños»: un personaje que encarna un poder sin más objetivo que la sumisión de sus pares.

Por otro lado, la novela plantea un relato ilusionante; expuesto —sin duda— a la «ingravidez» de los sueños, pero que nos invita a alzar la vista, a expandir nuestros horizontes, a ser nosotros mismos, a buscar nuestro nombre. Ese es el «orden imaginado» que sugiere el personaje «Valentina», una Homo Sapiens Estelaris.

Al margen de la adolescente dicotomía con la que se exponen ambas posturas (algo sobre lo que profundizaré en el siguiente apartado), su exposición nos recuerda que los relatos que construyen nuestra realidad casi nunca son unitarios. En el interior de nuestras sociedades suelen coexistir pulsiones contrapuestas (vinculadas, todas ellas, a sus propios relatos), y en última instancia son sus interacciones y equilibrios (más que los relatos en estado puro) los que proyectan nuestro futuro.

 

La importancia del narrador

A primera vista, podría resultar curioso que una historia tan bien estructurada exponga dos posturas contrapuestas de un modo tan poco sutil como el que planteé en el apartado anterior. Sin embargo, este contraste es por completo coherente con la voz narrativa: un chico de doce años.

Lo cual agrega otra variable al análisis del poder del relato.

Guisado Muñoz consigue esparcir una calculada ambigüedad a lo largo de su novela. Ciertos detalles del entorno —los programas que ven sus padres, el temario de la escuela, las descripciones de la ciudad— nos incitan a preguntarnos hasta qué punto el andamiaje de ciencia ficción que envuelve la historia es real, y hasta dónde una invención del narrador.

Por si esto fuera poco, las escasas intervenciones de sus padres incrementan esa incertidumbre: nadie, salvo el protagonista, habla de naves espaciales, y colonias en el sistema solar, y Homo Sapiens Estelaris…

Pero nosotros observamos los hechos a través de sus ojos. Y aunque su historia no coincida con «la realidad», lo que es indudable es que construye srealidad.

La evolución que experimenta el personaje a lo largo de la novela no habría sido posible sin el relato que la envuelve.

Da igual que existan o no las naves espaciales. Da igual que exista o no Valentina. Para el narrador existen, y es la fuerza de ese relato la que transforma su vida.

«Estamos en medio de una guerra. Contra la gravedad, contra la entropía, contra nuestra miserable condición humana. ¿En qué están pensando? ¿En rezar?

¿Estamos locos?

Yo no estoy loco: yo aún sueño, yo quiero llegar a las estrellas».

 

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Fotografía realizada por Steve Roe y publicada en Unsplash.

 

«Los sueños de Alema»: lo que nos diferencia

La tercera historia del libro es un cuento relativamente corto, por lo que cualquier comentario sobre la trama te lo estropearía.

Pero sin referirme a ella, puedo decir que sigue la senda de lo visto en el apartado anterior.

Si «¿Dónde están las naves espaciales?» sugiere que los relatos tamizan nuestra visión de la realidad (y, hasta cierto punto, la definen), «Los sueños de Alema» sugiere que son los relatos —los que construimos para nosotros y las personas que amamos, los que justifican nuestros actos— los que nos definen como individuos.

Como bien plantea Amin Maalouf en el preámbulo de su ensayo Identidades asesinas:

«La identidad no está hecha de compartimientos, no se divide en mitades, ni en tercios, ni en zonas estancas. Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una “dosificación” singular que nunca es la misma en dos personas».

Esa «”dosificación” singular» es el relato que cada individuo construye para sí mismo, la identidad —única y diversa— que nos lleva a reaccionar de una forma irrepetible.

 

«El supermercado errante»: la realidad onírica

Tras analizar las diferentes facetas de la narración consciente (en las tres primeras historias del libro), Guisado Muñoz explora el poder del relato como constructor de la realidad onírica.

Y para hacerlo se remite a las fuentes.

En el artículo sobre Arañas de Marte, de Guillem López, ya hablé del surrealismo y sus distintas estrategias para dejar que el inconsciente se exprese con libertad. Sin embargo, me interesa rescatar una cita del ensayo ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos, de Will Gompertz, porque creo que expresa muy bien la estrategia de Guisando Muñoz en «El supermercado errante»:

«Breton describía el surrealismo como “automatismo psíquico en estado puro”, con lo que se refería a escribir o pintar algo espontáneamente, libre de cualquier asociación consciente, idea preconcebida o intención concreta. La idea era coger papel y pluma y escribir o dibujar lo primero que viniese a la mente, sin reflexión previa».

Guisado Muñoz reconoce de forma explícita esta referencia…, pero, curiosamente, no lo hace en «El supermercado errante», sino en la novela corta que cierra el libro —«El jugador impasible»—; una historia en la que también está presente el componente onírico:

«Algunas noches incluso dormido sigo escribiendo. Por pura inercia, en ocasiones, escribo frases enteras y, al día siguiente, me doy cuenta de que he plasmado el principio de un sueño, tal vez un indicio que me conduzca de nuevo hasta el lugar de donde vengo».

En efecto, «El supermercado errante» puede leerse como un ejercicio de escritura automática (de hecho, al inicio del cuento el protagonista estáescribiendo). Sin embargo, el relato va más allá.

Como vimos más arriba, el empleo de una prosa sincopada y envolvente (que remite al Cortázar de Rayuela) le brinda la cadencia melosa de los sueños. Y las lógicas bizarras, el objetivo vislumbrado que se escapa, los elementos fuera de contexto, los repentinos cambios de escenario… nos remiten a una realidad onírica, pero no por eso menos «real».

La historia (como en todos los sueños) no es más que una excusa para explorar sus límites, su horizonte. Porque, como narradores:

«Al horizonte nos debemos, a esa línea donde se crea incesantemente el mundo y aún no hay nada decidido, forja de todo lo nuevo y promesa de Universos aparentemente imposibles».

No se me ocurre mejor definición para los sueños.

 

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Fotografía realizada por Jeremy Bishop y publicada en Unsplash.

 

«El jugador impasible»: el narrador como demiurgo

Tras analizar el poder del relato para transformar la realidad —tanto consciente como inconsciente— Guisado Muñoz plantea el paso definitivo: la capacidad del relato para crear la realidad… y los peligros que eso conlleva.

«El jugador impasible» es una novela corta que bien podría haber sido publicada de forma independiente. Su enfoque de los vínculos entre la realidad material y la virtual es tan original que analizarlo podría dar pie a un artículo independiente. Pero no quiero hablar de su trama porque desentrañar sus secretos es un verdadero deleite, así que me limitaré a ese «segundo nivel» del que venimos hablando.

Y en ese sentido, la novela superpone tantas capas que incluso es capaz de plantear (de forma explícita pero orgánica) sus propias tesis. Así que me limitaré a transcribir las palabras de Guisado Muñoz:

«El cerebro vive a oscuras atrapado en una caja. (…)

Todo lo que ve, oye, siente, huele o saborea es gracias a un puñado de periscopios ridículos, canales nerviosos a través de los cuales lo sacuden potenciales electrónicos, señales parpadeantes del mundo exterior con las que elabora una imagen de lo que lo rodea. Quien controle esas señales pude hacerte creer lo que quiera, más aún si borra tu memoria y la sustituye por recuerdos artificiales. Nuestra posición en el mundo, nuestra sensación de existir en un espacio y un tiempo, es un producto de nuestro cerebro. De hecho, el cerebro es un gran inventor de historias: es una de sus especialidades, inventar historias, relatos, imágenes, leyendas, mitos, escenarios, coreografías, dar coherencia a nuestras percepciones».

Si algún día lográramos «controlar» las señales que reciben nuestros sentidos… o si lográramos inducirlas en nuestros cerebros, nuestros relatos ya no solo transformarían la realidad externa, sino que podrían diseñar una realidad «interna»; artificial, por supuesto, pero indistinguible del mundo.

Entonces el narrador tendría el poder del demiurgo; con todas sus posibilidades y peligros.

 

Bajo el influjo del Celsius

Antes de acabar debo hacer una confesión: mientras escribo este artículo parte de mi mente sigue en Avilés. Compartiendo charlas con amigos con un cachopo de por medio (u otro tipo de platos, como nos recuerda en su crónica Daniel Pérez Castrillón), atenta a las conferencias (y a las espectaculares interpretaciones de Diego García Cruz), disfrutando de la cercanía (tanto física como emocional) de autores a los que admiro…

Así que es normal que en estos momentos esté ilusionado. Que la calidad de El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato venga a certificar una certeza que en los días del Celsius parecía iluminarlo todo… Que incluso espantó la tormenta (aunque hay quien dice que eso fue obra del cetro de Ian Watson).

Y esa certeza es que la literatura de ciencia ficción y fantasía en España goza de buena salud… En especial por el admirable esfuerzo de un conjunto de pequeñas editoriales que han apostado por ella, y por el apoyo de un fandom cada vez más movilizado.

Es gracias a ese empeño que libros tan valiosos como este han podido publicarse. Y si este impulso (aunque parezca leve) continúa en el mismo sentido, intuyo que las nubes seguirán sin acercarse a Avilés.

 

El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato 6
Fotografía realizada por Alexandra y publicada en Unsplash.

 

NOTA: La foto de cabecera pertenece a Joshua Sortino y ha sido publicada en Unsplash.

 

 

 

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