Este artículo va a ser un poco distinto de lo habitual. En primer lugar, porque Ciudad de Jade es una novela de fantasía cuando lo que suelo analizar aquí es ciencia ficción… Aunque, de forma indirecta, sí que haré referencia a la ciencia ficción. Pero, en segundo término —y esto es lo importante—, este artículo va a ser diferente porque en él intentaré desentrañar lo que experimenté al leerla.
Tú me dirás: «¿y a mí qué más me da tu experiencia como lector?» Y yo estaré de acuerdo. Sin embargo, si he decidido escribir este artículo es porque intuyo que, en este caso, mi experiencia es más compartida de lo que podría parecer (como prueba basta leer las excelentes reseñas que ha recibido desde antes incluso de que Insólita la publicara en nuestro idioma…, con una magnífica traducción de Antonio Rivas Gonzálvez, por cierto).
Digo más: intuyo que es así porque algunos de los elementos presentes en la novela ejercen un efecto de fascinación sobre los lectores (en el sentido en el que los magos emplean el término) que se puede objetivar.
¿Estoy diciendo con eso que el artículo podría titularse «5 claves para escribir un best seller de fantasía»? Obviamente, no. Antes que nada porque, si las tuviera, te aseguro que estaría escribiendo un best seller en lugar de este artículo. Pero, sobre todo, porque detectar ciertos elementos comunes a algunas de las sagas que me han conquistado no implica (necesariamente) que otras personas compartan mi fascinación, ni que una saga distinta que emplee la misma «fórmula» consiga seducirme.
Obtener el delicado equilibrio que hace que un texto nos atrape es un arte, no una técnica industrial.
Dicho esto, mientras leía Ciudad de Jade algunos de esos elementos me resultaron tan evidentes que me apetece dejar constancia de su presencia, tanto en el libro de Fonda Lee, como en otros que me han atrapado a lo largo de mi vida.

Predisposición
A riesgo de caer en el dilema de qué fue primero, si el huevo o la gallina, debo decir que todas las novelas que han terminado por conquistarme, ya me habían seducido al conocer su sinopsis… en muchos casos, meses antes de que se publicaran.
En eso consiste el hype, al fin y al cabo…, que ya existía mucho antes de que se lo bautizara así y que, en los últimos años, las redes sociales (en las que me incluyo) han llevado al extremo.
Sin embargo, destaco el hecho de esa «seducción previa» porque, para que exista, ciertos elementos de la sinopsis (o de los comentarios de quienes ya la han leído) deben reverberar contigo.
Obviamente, en muchos casos el hype se desvanece en cuanto accedes a la obra, sin embargo, sospecho que es difícil que una obra que no te haya seducido antes de leerla te llegue a fascinar. Y lo que me he preguntado mientras leía Ciudad de Jade es si esos elementos que te predisponen favorablemente no estarán ligados a mi (a nosotros como lectores, a nuestro bagaje cultural) antes incluso que a la historia.
La familia es la familia
¿Qué duda cabe de que la familia es uno de los temas centrales de la literatura? Sobrevuela los géneros y las calidades literarias… Sin embargo, existe un tipo de familia que, por su mera presencia, logra atraer mi atención —y sospecho que la de la mayoría de los lectores—: la familia entendida como clan o, dicho de otra forma, una colección —reducida pero heterogénea— de personajes —unidos antes que nada por lazos de sangre— que deben defender su poder y posición frente a otros clanes.
Recuerdo que la primera vez sentí esa fascinación fue al leer Dune. La idea de «Casa» me resultó señorial antes de saber que así se les llamaba a las grandes familias inglesas: Casa Atreides, Casa Harkonnen, Casa Corrino… Y eso que nací en una república.
Esa tendencia a dejarnos seducir por las luchas de poder de «grandes familias» no debería sorprendernos. Es un tipo de relatos que nos acompaña desde hace siglos y que, por tanto, nos promete un espacio conocido, al margen de los vericuetos y la originalidad de cada una de las historias.
Su linaje (nunca mejor dicho) se remonta a los mitos griegos y llega hasta las telenovelas y series contemporáneas… Como bien sabe Ian McDonald, que ha descrito a su serie Luna (Luna nueva, Luna de lobos, Luna ascendente) como «Dallas en la Luna». O, sin duda, George R.R. Martin, que en el momento de iniciar su famosa saga intercalaba sus proyectos literarios con pilotos para series de televisión. (Y qué duda cabe de que ambas sagas han conquistado a millones de lectores).

Inestabilidad social
Resulta irónico, pero la democracia real —y por «real» me refiero a aquella que, además de denominarse «democracia», asegura que el poder parte de (y sirve a) sus ciudadanos— no favorece la épica. Las sociedades en las que a la mayoría nos gustaría vivir no son aquellas sobre las que nos gusta leer. En otras palabras: intuyo que cuanto más «aburrida» es una sociedad, mejor es su calidad de vida.
Sin embargo, para que un clan familiar pueda ejercer (y/o defender) su poder dentro de una historia, la sociedad que habita debe ser inestable.
En los relatos de la antigüedad, esa inestabilidad era intrínseca a la sociedad y sobre ese telón resaltaba la figura del héroe.
En la actualidad —basta con ver las noticias— siguen existiendo infinidad de lugares (países enteros) en los que la inestabilidad, el miedo y la violencia permanecen enquistados y en los que, por tanto, bien podrían desarrollarse este tipo de historias… De hecho, en muchos casos lo hacen porque —y esto es lo que me interesa recalcar— la fina línea que separa la épica de la tragedia suele estar determinada más por el realismo con el que el relato describe la sociedad que por el escenario que este escoja… y lo que me seduce (lo que intuyo que seduce a la mayoría de lectores) es la épica.
Épica versus realismo
¿A qué me refiero con esto?
A que la diferencia entre la épica y el realismo a la hora de enfocar una historia no la determina el destino de sus personajes (o las penurias que éstos atraviesen para llegar hasta allí) ni el escenario elegido (ya sea fantástico o «real»). Lo que diferencia a la épica del realismo es el hecho de que la figura del héroe (en este caso, del clan familiar) resalte sobre el telón de la sociedad que se describe.
Llegados a este punto debo hacer una aclaración: con esto no estoy diciendo que en una historia épica la construcción de la sociedad no sea rica en detalles y realismo. (De hecho, en la mayoría de los casos lo es). A lo que me refiero es a que los héroes, de algún modo, están por encima de esa sociedad. Incluso aunque formen parte de ella; incluso aunque mueran por su causa. Y lo están porque son ellos, con sus decisiones, los que determinan el devenir de esa sociedad… otra cosa es que jueguen mal sus cartas.
Los relatos de este tipo me fascinan (¿a ti no?). Y evidentemente estoy pensando en Dune, o en la serie Luna, de Ian MacDonald, o en Juego de tronos (no he escrito Canción de Hielo y Fuego porque no sé cómo terminará), pero también pienso en la Trilogía del cártel, de Don Winslow (El poder del perro, El cártel, La frontera), donde, por muy real que sea el contexto de la historia, el enfoque sigue siendo épico.
Creo que el mejor ejemplo de la diferencia entre un relato épico y uno realista lo he visto en el cine. Si comparas el enfoque de Francis Ford Coppola en su trilogía El padrino, con el de Matteo Garrone en Gomorra verás que, aunque la temática, el grado de violencia y la presencia de clanes familiares pueda asemejarlas, el resultado obtenido por ambas es radicalmente opuesto: Garrone hace un acercamiento realista al tema de la mafia, Coppola lo enfoca desde la épica… Y qué duda cabe de que la épica nos resulta más atractiva (incluso aunque la intuyamos menos real).

El hijo pródigo
En la magnífica entrevista que Borja Bilbao le realizó a Fonda Lee para Calles de tinta la autora cita a El padrino como uno de sus referentes. Y no es casual. De hecho, vale la pena transcribir su respuesta completa porque confirma el enfoque épico de su novela.
«El Padrino es claramente una de mis influencias en Ciudad de Jade porque, en el fondo, es una historia sobre la familia. Como americana asiática mis inspiraciones tienen base en la forma de contar historias tanto occidental como oriental, desde Martin Scorsese a Johnnie To. Ciudad de Jade también recoge influencias de la fantasía épica, las películas de artes marciales (desde las de Bruce Lee a la franquicia La redada asesina), novelas de ficción de genero Wuxia como las obras de Jin Yong. También películas de gánsteres asiáticas como Juego Infernal y la saga japonesa de yakuzas llamada Batallas sin honor ni humanidad».
Volviendo a El padrino, Lee recupera otro de los temas centrales tanto de la película como de la novela de Mario Puzo en la que se basa: el regreso del hijo pródigo.
El retorno de uno de los miembros del clan sirve de excusa para ahondar en el concepto de lealtad y hacer que el lector empatice con el orden de prioridades que la familia exige a sus miembros.
Y conste que al decir «la familia exige» no me estoy refiriendo a la coacción que ejercen unos miembros sobre otros, sino al hecho de que la simple pertenencia al clan hace que sus integrantes se sientan obligados a priorizarlo… Y si a eso agregamos una carismática construcción de personajes y el ataque de agentes externos, la idea de que el clan se vaya uniendo en una causa común introduce otro motivo de fascinación.
(Existe un segundo elemento de la dinámica familiar inspirado en El padrino sobre el que prefiero no hablar para no hacer spoilers).
La minuciosa construcción del escenario
Disfruto mucho descubriendo los entresijos de un buen worldbuilding, los vericuetos de la sociedad en la que transcurre una historia.
Soy consciente de que no es un elemento que nos fascine a todos por igual…, aunque sospecho que el problema no es tanto el escenario —un worldbuilding bien diseñado es algo que seduce a cualquier lector— como el modo en que ese escenario se describa o, dicho de otra forma, el grado de infodump en el que caiga el escritor.
Es en ese sentido en el que admito que soy un lector «raro»: soy de los que disfruta de una buena explicación de contexto tanto como de la historia. Sin embargo, precisamente por eso, también soy consciente de que existen formas muy distintas de exponer el escenario; desde autores que emplean el infodump como una herramienta estética (estoy pensando en Ada Palmer y Peter F. Hamilton, por ejemplo) hasta autores que consiguen integrar el entorno en el devenir de la historia (como José Antonio Cotrina o Paolo Bacigalupi).
Dicho esto —y al margen del modo en el que el escritor nos lo exponga— intuyo que existen ciertas características que, de estar presentes en el wordbuilding, hacen que este sea especialmente atractivo. Detengámonos en ellas.

Familiaridad y extrañeza
Muchos de los escenarios de las obras que me han fascinado tiene una característica común: sugieren unos referentes culturales, geográficos o históricos muy específicos —o varios a la vez— y sobre esa base de realismo superponen una capa de extrañeza que los distancia y engrandece.
Seguramente has de estar pensando que lo que acabo de decir se aplica a todas las novelas de ciencia ficción y fantasía, pero la clave, lo que diferencia a las novelas que destaco, es el condicionante «muy específicos». Esa especificidad implica un profundo conocimiento de la cultura o contexto histórico en el cual se inspira… un conocimiento esencial para poder subvertirlo.
En el caso de Dune, por ejemplo, al evidente paralelismo con el Medio Oriente de principios del siglo XX hay que agregarle otra referencia mucho menos conocida: una guerra santa de mediados del siglo XIX contra el imperialismo ruso que llevaron a cabo los guerreros del Cáucaso Islámico y de la que Frank Herbert tuvo noticias gracias al ensayo The Sabres of Paradise, publicado en 1960.
En el caso de la serie Luna, de Ian McDonald, el conocimiento de la idiosincrasia brasileña de la familia Corta parte de la profunda investigación que el autor había realizado para una novela previa, Brasyl, que se desarrolla en una versión alternativa del gigante sudamericano.
Ada Palmer, en su serie Terra Ignota, va un paso más allá y no solo nos detalla una sociedad basada en el período de la Ilustración, sino que recrea (para luego subvertirlos) el modo de pensar y la filosofía de la época.
¿Y qué sucede con Ciudad de Jade? Dejemos que sea Fonda Lee quien lo responda a través de la entrevista de Borja Bilbao:
«Kekon no se basa en ningún lugar de Asia. Intencionadamente quise que Kekon se sintiera como un lugar propio y nada parecido o copia de otro territorio conocido. Hay influencias tanto geográficas como históricas y culturales de Japón, Taiwán, Corea, China, Singapur, Burma y otros lugares. Sin embargo, también busqué que los eventos y las dinámicas geopolíticas parecieran muy reales para lectores actuales. Las fuerzas del colonialismo, la globalización, modernización y el capitalismo juegan un papel importante en el mundo de la novela al igual que lo hace en el nuestro».
A esto añadiría una excelente observación de Santiago García Soláns en el artículo que dedicó a la novela:
«De forma harto satisfactoria se hacen evidentes ciertos paralelismos con la situación del sudeste asiático tras la II Guerra Mundial, carrera armamentística global incluida».
Dicho de otra forma: parte de una coyuntura histórica y geográfica muy específica (y que conoce muy bien) y la subvierte para brindarle una entidad propia, para que «Kekon se sintiera como un lugar propio y nada parecido o copia de otro territorio conocido».
El resultado es deslumbrante. El modo en que recrea una «Segunda Guerra Mundial» distinta de la que hemos vivido y nos sugiere, sin hacerlo explícito en ningún momento, que la historia se desarrolla en cierta década del siglo XX (no diré cuál para que lo descubras por tu cuenta) es simplemente ejemplar.
Religión, política y economía
Existen pocas cosas más fascinantes para un lector —y esta vez me atrevo a generalizar— que ir detectando, poco a poco, los indicios de una conspiración. Percibir —o tan solo intuir— que se está gestando un conflicto, o una traición, o una revuelta… Y más fascinante es incluso cuando, viendo esos indicios, la conspiración nos toma por sorpresa.
Pero para que los hilos puedan desmadejarse en el momento oportuno es necesario que antes conozcamos muy bien los entresijos políticos, religiosos y económicos del lugar donde se desarrolla la trama. El grado de interrelación y coherencia que adquieran esos tres estamentos es esencial para que el lector se involucre en la historia… y para que conozca la posición del clan protagonista —y de sus antagonistas— en el tablero.
La originalidad que detenten estos elementos también atrae al lector: en el caso de Ciudad de Jade, resulta asombroso el modo en que logra crear una estructura mafiosa que, al mismo tiempo, no lo es. En la primera parte de la novela, Lee consigue convencernos de que la presencia de dos clanes que se dividen la ciudad (el clan Sin Cumbre y el clan Montaña) asegura la convivencia social al margen de la política. Su negocio principal, para empezar, es legal. Y la única escena en la que se muestra el pago de tributos por parte de los comerciantes como una coacción está diseñada para mostrarnos el poder de un personaje concreto del bando enemigo.
Aunque pueda parecer una crítica, lo que acabo de decir es un elogio. Lee consigue que empatices con sus personajes desde el principio porque, al eliminar la idea contemporánea que tenemos de la mafia, construye una suerte de sociedad feudal en un contexto de capitalismo globalizado… Algo que la emparenta una vez más con la serie Luna y, hasta cierto punto, con Dune, debido a la presencia de una materia prima esencial a nivel geopolítico pero que solo está presente en el territorio en le que se desarrolla la acción.
Como plantea la autora en la entrevista de Borja Bilbao:
«Hay algunos lectores que dicen que uso la magia desde un punto de vista de ciencia ficción. Utilizo la magia como un recurso natural. Teniendo en cuenta su importancia cultural y religiosa, está sujeto a las mismas fuerzas económicas, comerciales y políticas que si fuera petróleo o diamantes».
… O melange.

El punto de vista
Uno de los elementos que caracterizan a las novelas épicas es que el punto de vista central descansa en los poderosos —ya sea porque desde el principio ostentan el poder, o porque son los «elegidos» para cambiarlo—, sin embargo, aunque esto sea (siempre) así, nos fascina también echar (breves) vistazos al resto de estratos sociales porque eso refuerza la verosimilitud de la sociedad que se describe.
Fonda Lee consigue hacerlo con verdadera maestría. Si bien en todo momento tenemos la sensación de que estamos siguiendo a los líderes del clan Sin Cumbre (es decir, de la familia protagonista), no es menos cierta la descripción que hace García Soláns en el artículo que ya he citado:
«Los diversos puntos de vista, con unos protagonistas de diferente extracción social, personalidades profundas y actuaciones memorables, permiten a Lee ofrecer una buena panorámica de todo el conjunto, desde lo más alto de la familia, el pedestal, y sus cercanos como el hombre del tiempo y el cuerno, con todos sus problemas y fricciones, a los bajos fondos de la isla con aquellos siempre dispuestos a mancharse las manos por un poco de dinero o de poder, pasando por todos los entresijos de en medio».
¿Cómo ha conseguido este equilibrio? Por una parte, dejando que todos sus personajes expongan su punto de vista, aunque la narración siga a los líderes del clan Sin Cumbre. Y, en segundo término, permitiendo que un personaje de los bajos fondos ejerza un rol importante en los giros de la trama.
Vale aclarar que, al referirme a «todos sus personajes», también me refiero a los antagonistas. Una de las genialidades de Lee radica en hacer que, en cierta parte de la novela, la líder del clan Montaña explique los motivos de sus acciones… y que estos sean tan racionales —y estén tan bien justificados— que cualquiera, como lector, puede empatizar con sus intenciones.
Comprender la motivación de cada bando, entender que no hay «buenos» y «malos», sino proyectos de futuro contrapuestos, es otro de los elementos que suelen fascinarme en las novelas… y que intuyo que debe fascinar a la mayoría de los lectores.
Cambios de escala
Dado que las novelas de las que he estado hablando son, en última instancia, historias familiares, muchas de ellas suelen contener asombrosos efectos de zoom.
Por muy épica que sea una historia, resulta casi imposible mostrarle al lector (y lograr que empatice con) eventos que abarcan a cientos o miles de personas. Es por eso que la épica necesita de héroes —de personajes concretos por los que podamos preocuparnos— y es por eso que muchas novelas que adoramos contienen escenas en las que la inmensidad del conflicto se reduce a un duelo, o a una escena en la que toda la historia se resuelve entre un puñado de personajes.
Basta con recordar el cierre de Dune. (No diré más por si aún no la has leído).
En el caso de la novela de Herbert, el capítulo final está precedido por una serie de escenas épicas que nos muestran la dimensión real de la batalla. Pero existe otra forma de enseñarnos ese contraste que a mí, como lector, suele atraparme más que las batallas: la lenta preparación para el conflicto final.
Las escenas íntimas que anteceden a la lucha —con un aroma a despedida que nos recuerda que nada es seguro— hacen que vivamos en primera persona el destino del protagonista… Y si un lector vive una escena en primera persona es porque está completamente atrapado.

La disección y el placer de la lectura
Hemos llegado casi al final del artículo y puede que tengas la sensación de que aún no he hablado de la novela… Pero te aseguro que no he dejado de hacerlo.
Lo que sucede es que he hablado de la novela, de los motivos por los cuales me ha fascinado, y no sobre la novela, sobre su trama, sus personajes, o su contexto.
Y la razón por la que no he querido hacerlo es porque intuyo que para que la novela te atrape tanto como a mí es necesario que llegues a ella con la menor información posible, que dejes que te sorprenda el delicado equilibrio de todos los elementos que he mencionado, que te sumerjas a tu ritmo en el mundo creado por Lee para que termines viviendo en primera persona el conflicto final…
Porque esa inmersión es uno de los grandes placeres que nos brinda la lectura, y cuando tienes la fortuna de experimentarlo, solo deseas que con el próximo libro te vuelva a suceder.

NOTA: La imagen de cabecera es un collage a partir de una foto de Pawel Janiak publicada en Unsplash.
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